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jueves, 23 de julio de 2020

COLABORACIÓN DE UN PADRE DE ACOGIDA.




  UCRANIA Y YO.    
     HÉCTOR MORENO LARA     
                       
 Nunca llegué a pensar que mi vida podría estar vinculada a otro país que no fuera el mío, pero como se suele decir, la vida da muchas vueltas. Todo empezó el día que conocimos a un niño que vino de Ucrania a pasar los meses de verano con una familia de Ceuta. Este conocimiento cambiaría mi vida (por lo menos, durante las vacaciones) y mis sentimientos que, dormidos en algunos aspectos, ahora despertaron.

  Mikola y Anastasiya llegaron a principios de diciembre. Llevábamos varios días preparando su llegada, haciendo planes, preguntándonos cómo serían, si les quedaría bien la ropa que les habíamos comprado, arreglando una habitación para ellos, comprando algunos juguetes y pensando en los sitios a los que los llevaríamos.

 Cuando llegó el día de recoger a la niña, mentiría si dijera que no estaba nervioso y ansioso por verla y bueno qué puedo decir de mi primera impresión. Cuando vi a esa niñita tan poquita cosa, envuelta en un abriguito de color amarillo, me dije que mi prioridad sería darle puchero de la abuela María, así seguro que cogería algunos kilos. Me acerqué, le dije priviet, le di un beso y cogí su manita.

  Todo este momento, la entrada en el Pabellón de Deportes de La Línea, la rueda de niños a los que mirábamos intentando reconocer por la foto que nos habían mandado quién era Anastasiya, los niños enfrente de nosotros, mirándonos, quizá asustados, quizá contentos, cansados, al igual que el resto de los padres de acogida, no dejamos de inmortalizarlo, filmando y tirando fotos.

  Con la mano de la niña entre las mías, me vi sorprendido por la cámara de una televisión local, con las preguntas de rigor: objetivos de las acogidas, en qué condiciones vienen los niños y por supuesto, la pregunta clave, ¿por qué lo hace usted?

  ¿Qué podría contestar yo a esto? Solidaridad, ayuda afectiva, ayuda económica, dolor por las condiciones en que viven miles de niños, conciencia de mis buenas condiciones de vida y deseo de compartirlas, o mejor de ofrecerlas a alguien… un cúmulo de motivos que si tuviese que concretarlos después de dos acogidas diría que lo hago por seguir viendo la cara de felicidad que cada día veía reflejada en estos dos niños a los que notaba más contentos a medida que pasaba el tiempo, el ver cómo se redondeaban sus caritas, cómo disfrutaban cuando pasábamos y parábamos en el puesto de las chuches en fin … En cada persona que acoge un niño se encierra una motivación, pero el ser artífices y partícipes de esa felicidad es algo que llevo dentro y me hace inmensamente feliz.

  Mikola vino al día siguiente, con lo puesto, un pantalón, un jersey y un abrigo que parecía la piel de un oso; le llegaba desde el cuello hasta casi los tobillos, como si el solo hecho de que una prenda te cubra todo el cuerpo te proteja del frío.

  Supe enseguida quién era, y aunque su cara reflejaba el cansancio del viaje, sus ojos expresaban una inmensa curiosidad. Enseguida me dio la mano y ya no me soltó hasta que llegamos a Ceuta.

 Durante el viaje en coche tuve que parar porque empezó a llorar y con la expresión de su cara creo que me estaba diciendo que él creía que habíamos llegado ya. El pobre niño no sabía que todavía le quedaba una hora más de viaje en barco.

  Una vez embarcados, lo saqué afuera, a la terraza, para que le diera el aire del mar. El barco se puso en marcha y agarrados a los barrotes de popa nos quedamos mirando cómo arrancaban los motores, la estela que iban dejando en el agua, no quitábamos la mirada de ella, y cuando ya, mar adentro, intenté pasar al interior del barco, fue muy grande mi sorpresa porque Mikola se había quedado clavado y no había manera de despegarlo de allí. Lo intenté y lo volví a intentar varias veces pero nada, no podía. Tuve que ir despegando sus dedos uno a uno de los barrotes y en cuanto entramos lo cogí en mis brazos y dormido en ellos hizo el resto del viaje.

  Por fin llegamos a Ceuta. En casa nos esperaban la abuela María, mi mujer, Anastasiya, un baño calentito y una sopita que comió ante nuestra atenta mirada con mucho gusto y ganas.




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