La educación es la única arma para combatir las injusticias, las desigualdades y la discriminación

domingo, 4 de mayo de 2025

 La editorial Exlibric  de Andalucía, convocó un concurso de relatos cortos en el mes de abril con el título de Desafío relato 48. Solo había 48 horas para envíar el texto. Se desconocía el tema y sólo se disponía de ese tiempo para enviarlo. 

El relato debía tener un mínimo y máximo de palabras y tenía que figurar en él la frase `´  me dio 48 míseros euros por aquel denigrante trabajo ´´. No participé en el concurso pero sí hice el relato .


ARENA MOJADA.

Vivo en un pequeño pueblo costero, a pocos kilómetros de la frontera entre Ceuta y Marruecos.  Rincón de Mdik es un pueblo de pescadores, donde el único sustento para sus habitantes es la pesca y las terrazas cercanas al mar. Al llegar la época estival se llenan  de turistas buscando un lugar cercanos al puerto para disfrutar del buen pescado que se obtiene en el litoral.

La venta de pañuelos de papel que hacía mi hijo pequeño durante el día,º

 nos proporcionaba algunos dirhams para comprar el pan. A la hora punta del almuerzo y cena, las pequeñas terrazas del muelle de pescadores se llenaban para comer las sardinas recién descargadas de las traíñas , y la gente acudía para gozar de tan exquisito manjar por el módico precio de diez dirhams. Para limpiarse las manos  se usaba papel de estraza, cortados en pequeños trozos para su buen aprovechamiento, y colocados encima del hule de la mesa. La venta de pañuelos ,de tacto suave y oloroso que combatía el mal olor del pescado,  se convirtió en un pequeño negocio que apenas nos ayudaba para comprar el pan de cada día. 

 Mis hijos mayores, que aún no llegaban a la mayoría de edad,  salían a media mañana para encontrar un medio de vida. A veces, hacían de guía turístico chapurreando un español aprendido con las canciones del momento o con los partidos de futbol españoles. Otras veces, limpiaban o cuidaban coches. En invierno la situación se complicaba porque los turistas escasean y los parkings quedaban desiertos.

Nuestro tiempo transcurría entre la pequeña habitación que compartíamos y la calle que nos proporcionaba un medio incierto para sobrevivir. Varias veces en semana, cruzaba la frontera con Ceuta para adquirir mercancías en las naves del  Tarajal. Estas naves  abastecían con todo tipo de artículos, desde pañales, alimentos, hasta productos de limpieza , todos a bajo coste, que luego serían transportados a locales comerciales  de Marruecos y a cambio, el propietario pagaba por el porte. Cuántas más veces se consiguiera pasar los fardos, mayor sería el pago. Las mujeres ejercían de  mulas de carga.

Me levantaba antes del amanecer para  que la cola fronteriza no fuera un inconveniente más para realizar varios pases y adquirir la mayor cantidad de productos. Si tenía suerte y la policía marroquí no me requisaba la carga, podía obtener el dinero necesario para el sustento diario de mis hijos. Muchas veces el registro, del aduanero de turno, era excesivo y había que desembalar todos los artículos para garantizar que eran legales. Ese criterio dependía más del antojo del policía que del verdadero motivo. Te quitaban toda la mercancía confiscada y todo el esfuerzo  había sido en vano.

Ese día, madrugué más de lo normal para poder realizar varios porteos. La lluvia y el levante que azotaban el mar, no me impidieron cruzar varias veces la frontera. Estaba cerca la celebración del Aid (fiesta del borrego) y necesitaba dinero para comprar todo lo necesario para festejar el día con mis hijos. Después de realizar cinco pases con fardos cargados a mis espaldas y soportar las enormes colas de mujeres, por fin, pude llegar al lugar donde el comerciante me abonaría  el pago de la mercancía exigida. Había vivido un intenso día, pero iba a conseguir el dinero para comprar todo lo que se necesitaba para disfrutar de la fiesta. El día estaba llegando a su fin y esperaba pacientemente en la puerta del local, junto con otras porteadoras a que llegara mi turno y pudiera cobrar por mi trabajo. Cuando llegó mi  hora, pude ver con gran asombro, como el dueño del comercio, sacaba varios billetes y me dio 48 míseros euros por aquel denigrante trabajo. Con esa cantidad  no tenía, ni siquiera, para comprar algo de ropa nueva y nos quedaríamos sin borrego. Ni mis lágrimas de impotencia , ni mis ruegos, conmovieron al comerciante para que el pago fuera el justo. Sabía que no tendría más remedio que conformarme con esa limosna y que no tenía dónde elegir.

A pesar de las injusticias que cometían los comerciantes con nosotras  y del trato vejatorio  que recibíamos cada día por parte de la policía, tuve que seguir con ese trabajo porque era la única forma de vida que teníamos. Muchos fueron los años dedicados a trabajar con el pase de mercancías, y según la suerte del momento, tenía mi recompensa o me quedaba sin ella. 

Habían muerto varias mujeres por las avalanchas que se producían en los caminos que conducían a las naves. Empecé a sentir miedo porque el cruce de la frontera cada día se complicaba más´, ya que diariamente, miles de personas buscaban un empleo al otro lado del país. Estábamos nosotras ,las porteadoras,  las que buscaban trabajo en el servicio doméstico y los hombres que mendigaban cualquier otro oficio para poder llevar a casa algunos euros. Esto se unía, en ocasiones, a los pases de inmigrantes que se encontraban a la espera  en las montañas de los pueblos fronterizos, para saltar la valla cuando llegara el día señalado. El caos que se generaba, entonces, no podía ser controlado por los policías de ambos países. En esos momentos, se cerraba la frontera y también las ilusiones de quiénes esperábamos algo del día. Habría que intentarlo al día siguiente. 

El cierre definitivo de la frontera llegó con la pandemia .El temor a los contagios de un país a otro hizo que las autoridades decidieran dar el cerrojazo a todas las personas que pasaban a diario .Como consecuencia de esto, miles de marroquíes nos quedamos sin trabajo y la miseria se apoderó de las calles de mi pueblo. Las naves del Tarajal se cerraron y con ello se terminó el pase de mercancías. Ceuta , como ciudad fronteriza, también se vio afectada por el cierre , ya que todos los comerciantes de las naves se quedaron sin negocio  y la ciudad sufrió enormes pérdidas económicas.

A partir de esos momentos , la idea de abandonar mi país y cruzar la frontera empezó a atormentar mis pensamientos. Llevaba muchos meses sin llevar dinero a casa y la situación era insostenible. Había oído que el control fronterizo por el mar no era demasiado peligroso y eran muchos los chicos que habían logrado el objetivo. Se difundían comentarios de que algunas mujeres también lo habían conseguido y las redes sociales informaban de las distintas  formas de contactar con las mafias responsables de realizar el pase. Fueron muchos los meses que esperé para no arriesgar mi vida, busqué trabajo en todas las ciudades cercanas sin éxito.  Se rumoreaba que el  gobierno de Marruecos  crearía una zona industrial para dar un puesto de trabajo a las miles de mujeres que nos habíamos quedado paradas. Ninguna de esas promesas veían la luz 

Era un día de levante fuerte y  de niebla, al caer la noche, decidí que había llegado el momento.. Conseguí un neumático viejo y  me arrojé a las olas agarrada a él. Aguanté más  de cuatro horas en las frías aguas del mar, sin saber dónde me conduciría el oleaje. Los chalecos rojos que divisé a lo lejos , envueltos entre la espesa niebla, me confirmaron que había llegado a mi destino. Unos brazos salidos del agua me agarraron y apenas pude identificar sus rostros. Me arrastraron hacia la arena mojada.

Allí, en ese momento , comenzó mi nueva vida.