La educación es la única arma para combatir las injusticias, las desigualdades y la discriminación

viernes, 15 de enero de 2021

NO ELEGÍ SER MAESTRA.

 

COMPARTIENDO MEMORIAS.

Yo formé parte de la segunda promoción que accedió a Magisterio con COU. Durante todo el año que duró el curso, mis planes de futuro eran estudiar enfermería o hacer Bellas Artes. Nunca pensé que la realidad estaría bastante alejada de mis proyectos. Cuando llegó el mes de junio y le propuse a mi padre mis intenciones de estudiar fuera de Ceuta, este me dijo que la situación económica de la familia solo daba para estudiar Magisterio en mi propia ciudad. Así que, mis proyectos se esfumaron y  aterricé  en la Escuela Normal de Magisterio en el curso 73-74.

Mis amigas y yo hicimos todo el bachillerato en el único instituto público que había entonces, y que separaba a los chicos de las chicas por un pasillo que dividía el centro en dos partes, el instituto femenino y el instituto masculino, con una puerta de unión entre ambos centros. Solo se nos permitía ver a los chicos a la entrada, en el recreo por las ventanas, y a la salida del instituto. Muchas veces, esperábamos impacientes la clase de Educación Física para observar a través del cristal de la ventana, cómo los chicos hacían su actividad deportiva y buscar así, entre todos ellos, aquel que más nos gustaba.

Al entrar en Magisterio vimos que, por primera vez, chicos y chicas íbamos a compartir un aula común, compartiendo espacio, tiempo y las mismas inquietudes e intereses. Nos sorprendió ver que había muchos chicos que no conocíamos y que jamás lo habíamos visto en los alrededores del instituto, ya que muchos de ellos venían de otras ciudades de Andalucía. Era la primera vez en mi vida de estudiante en la que iba a compartir espacio con el sexo masculino y dada mi excesiva timidez, supuse que esto sería el gran inconveniente que tendría que soportar en los tres años que duraran mis estudios.

No me equivoqué en mi suposición, ya que los primeros días se llenaron de miedos e inseguridades, producto de una educación feminizada durante siete años de instituto y cinco de enseñanza primaria. Cuando vimos entrar por primera vez, a don Jaime Rigual, director del centro y profesor de Matemáticas, supe que sería mi perdición. Su clase era a última hora de la noche y siempre llegaba tarde, con prisa y con un puro en la boca. Cogía la tiza y llenaba la pizarra de operaciones matemáticas. Yo sabía que, en cualquier momento, uno de nosotros subiría al estrado para continuar lo que él había empezado. Durante el tiempo que duraba su clase, mis manos sudaban y el corazón se me aceleraba tan solo de pensar que me sacaría a la pizarra y pudiera hacer el ridículo delante de tanto personal masculino. La ansiedad se disipaba cuando don Jaime salía por la puerta y teníamos los cinco minutos de descanso entre clase y clase, que nos permitía salir al pasillo, beber agua del botijo que estaba en la ventana y que Julia, la conserje, llenaba con mucho mimo, fumarnos el deseado Ducados y cargar energías gracias a los chistes y bromas que nuestro desaparecido compañero Andreu,  y Damián Viruel, hacían de todo lo que había acontecido en el día.



 Las chicas recuperábamos nuestro espacio femenino cuando nos separaban en la clase de Educación Física que nos daba la profesora Luisi y los chicos se iban con Enrique Hernández. Lo normal era que ellos se dedicaran a jugar al fútbol y a otros deportes y nosotras hiciéramos la habitual tabla de gimnasia propia de nuestro sexo. Los campeonatos deportivos en Granada ponían el broche de oro a la escasa actividad deportiva que hacíamos, pero que permitieron a alguna de nosotras establecer lazos afectivos y sentimentales con algún compañero que en la clase habitual solo daba para algún que otro roce y algún que otro guiño. Aunque la mayoría de las veces veníamos con grandes derrotas de los partidos, también regresábamos repletos de nuevas experiencias por haber convivido fuera del aula y de la ciudad con nuestro propios compañeros y compañeras.


 La clase de Formación Política que daba Terele era otro respiro para las de nuestro mismo sexo, ya que la formación social y ciudadana que se esperaba de las futuras maestras distaba mucho de parecerse a la de los futuros maestros, así que volvían a separarnos. En el curso 73-74 aún recibíamos la formación política que se regía por la dictadura franquista, una formación machista basada en los Principios del Movimiento y que relegaba a la mujer a un segundo término, donde la sexualidad era un tema tabú y la procreación y la vida de casada era nuestro verdadero fin. Por ese motivo, estábamos poco habituada a hablar entre nosotros del tema sexual. Nos avergonzaba y nos producía cierto sonrojo.  

 La apertura nos llegó con la llegada de la auxiliar de conversación francesa Marie Claire, que utilizaba una metodología muy innovadora en ese momento, basada en escuchar música, en mirar y leer revistas donde el desnudo era habitual y ver alguna película poco frecuente en nuestro entorno. Marie Claire no entendía muy bien el humor español y cuando nuestro compañero Fede Palomo le cantaba la canción del anuncio de pantis”Marie Claire, Marie Claire, un panty para cada mujer” Ella nos miraba como diciendo que no entendía nuestras exageradas risas.  Fue en una de esas revistas, que trajo Marie Claire, donde vi por primera vez el desnudo de un hombre de cuerpo entero y en todo su esplendor. Me ruboricé hasta las orejas, sobre todo al comprobar que compartía la misma imagen con mi compañero Pepe Gaona que sonrió al verme del color de la amapola. Todo aquello fue el inicio de unas pequeñas dosis de apertura hacia el sexo contrario y que nos permitió desinhibirnos, en parte, de todos los prejuicios propios de nuestra edad y de nuestro sexo, producto de la situación política y cultural que se vivía en esos años.

 El bar Avenida, cercano a Magisterio en la bajada de la cuesta del Morro, era el punto de encuentro de algunos de nosotros. Otros, solo los chicos, se iban al bar Sardinero, el bar de la esquina que estaba repleto de hombres mayores que con la copa de anís El Mono y el coñac Terry mataban el tiempo jugando al dominó y ellos les acompañaban. Cuando entrábamos al bar Avenida, el humo del Coronas y Ducados junto con la música de Serrat, Juan Pardo, Mocedades, Manolo Galván…etc, que sonaba en la máquina de discos, envolvían el ambiente y lo convertían en un lugar muy especial para todos nosotros. Allí repasábamos apuntes, preparábamos exámenes,  debatíamos de  temas actuales e incluso se hacían declaraciones de amor.

 Cuando terminamos primero, se habían esfumado todos los temores, los miedos y los prejuicios hacia el sexo contrario, gracias a todos los momentos que habíamos compartido y todas aquellas actividades que habíamos organizado: desde teatro, pases de modelo, recital de canciones, fiestas discotequeras en la Cueva, El River o el Arco Iris, sin olvidar las chirigotas carnavalescas, creadas por nuestro compañero gaditano Antonio Cárdenas, que nos inculcó el gusanillo del carnaval e incluso le escribió alguna letrilla a don Jaime Rigual y que cantábamos por los pasillos en voz baja para que no nos oyeran.

 La culminación de las relaciones entre el grupo llegó con el Campamento que nos obligaban a hacer a todos los que hacíamos Magisterio y que por primera vez se llevó a cabo con todo el grupo, sin separarnos de los chicos, por iniciativa del profesor de Formación Política don Manuel Calvo Perseguer, que por su talante decidido confió en que debíamos empezar a convivir chicos y chicas fuera de nuestro entorno habitual. Decidieron llevarnos a todos al campamento Santa María Del Buen Aire de San Lorenzo de El Escorial.

  La mayor y la mejor experiencia que tuvimos todos los de mi promoción fue pasar quince días en un campamento donde pudimos relacionarnos, no solo con estudiantes de Ceuta, ya que compartimos espacio también con chicos saharauis, otros de Melilla, de Madrid y un grupo de chicos ciegos. En el campamento nos separaron. A las chicas nos pusieron en un albergue y a ellos en tiendas de campañas cercanas a nosotras. Hacíamos actividades conjuntas al aire libre. Lo mejor de todo eran las noches, con los fuegos de campamento que compartíamos todos al ritmo de guitarras y canciones que agarrados de la mano coreábamos, sin importarnos la edad, ni el lugar de procedencia. Algunas veces nos llevaron a visitar el Escorial, allí aprovechábamos para ir al “Ojo Izquierdo” la discoteca del pueblo que nos permitía achucharnos y regalar algún que otro beso al chico deseado.

 Aún al cabo de tantos años, sigue perdurando en nosotras todas aquellas primeras sensaciones vividas en ese campamento, y siguen en el recuerdo muchas de las personas que conocimos y que dejaron su huella a pesar del tiempo que ha pasado.

Yo NO ELEGÍ SER MAESTRA, pero después de 42 años de ejercer esta profesión, puedo asegurar que mi trabajo como docente me ha dado grandes satisfacciones. He ejercido en todas las etapas de la enseñanza, desde infantil hasta adultos y he desempeñado diversas funciones en los distintos centros docentes donde he trabajado. El contacto con mi alumnado me enriquece y me estimula para seguir en esta difícil tarea que es la educación.

 Este relato fue publicado en el libro COMPARTIENDO MEMORIAS: 85 AÑOS DE MAGISTERIO EN CEUTA, publicado por la Facultad de Educación, Economía y Tecnología de Ceuta.



Doña Constanza, antigua profesora de La Escuela de Magisterio, profesora de música.