COMPARTIENDO MEMORIAS.
Yo formé parte de la segunda promoción que accedió a Magisterio con COU.
Durante todo el año que duró el curso, mis planes de futuro eran estudiar
enfermería o hacer Bellas Artes. Nunca pensé que la realidad estaría bastante
alejada de mis proyectos. Cuando llegó el mes de junio y le propuse a mi padre
mis intenciones de estudiar fuera de Ceuta, este me dijo que la situación
económica de la familia solo daba para estudiar Magisterio en mi propia ciudad.
Así que, mis proyectos se esfumaron y aterricé
en la Escuela Normal de Magisterio en el curso 73-74.
Mis amigas y yo hicimos todo el bachillerato en el único instituto público
que había entonces, y que separaba a los chicos de las chicas por un pasillo
que dividía el centro en dos partes, el instituto femenino y el instituto
masculino, con una puerta de unión entre ambos centros. Solo se nos permitía
ver a los chicos a la entrada, en el recreo por las ventanas, y a la salida del
instituto. Muchas veces, esperábamos impacientes la clase de Educación Física
para observar a través del cristal de la ventana, cómo los chicos hacían su
actividad deportiva y buscar así, entre todos ellos, aquel que más nos gustaba.
Al entrar en Magisterio vimos que, por primera vez, chicos y chicas íbamos
a compartir un aula común, compartiendo espacio, tiempo y las mismas
inquietudes e intereses. Nos sorprendió ver que había muchos chicos que no
conocíamos y que jamás lo habíamos visto en los alrededores del instituto, ya
que muchos de ellos venían de otras ciudades de Andalucía. Era la primera vez
en mi vida de estudiante en la que iba a compartir espacio con el sexo
masculino y dada mi excesiva timidez, supuse que esto sería el gran
inconveniente que tendría que soportar en los tres años que duraran mis
estudios.
No me equivoqué en mi suposición, ya que los primeros días se llenaron de
miedos e inseguridades, producto de una educación feminizada durante siete años
de instituto y cinco de enseñanza primaria. Cuando vimos entrar por primera
vez, a don Jaime Rigual, director del centro y profesor de Matemáticas, supe
que sería mi perdición. Su clase era a última hora de la noche y siempre
llegaba tarde, con prisa y con un puro en la
boca. Cogía la tiza y llenaba la pizarra de operaciones matemáticas. Yo sabía
que, en cualquier momento, uno de nosotros subiría al estrado para continuar lo
que él había empezado. Durante el tiempo que duraba su clase, mis manos sudaban
y el corazón se me aceleraba tan solo de pensar que me sacaría a la pizarra y
pudiera hacer el ridículo delante de tanto personal masculino. La ansiedad se
disipaba cuando don Jaime salía por la puerta y teníamos los cinco minutos de
descanso entre clase y clase, que nos permitía salir al pasillo, beber agua del
botijo que estaba en la ventana y que Julia, la conserje, llenaba con mucho
mimo, fumarnos el deseado Ducados y cargar energías gracias a los chistes y
bromas que nuestro desaparecido compañero Andreu, y Damián Viruel, hacían de todo lo que había
acontecido en el día.
Las chicas recuperábamos nuestro
espacio femenino cuando nos separaban en la clase de Educación Física que nos
daba la profesora Luisi y los chicos se iban con Enrique Hernández. Lo normal
era que ellos se dedicaran a jugar al fútbol y a otros deportes y nosotras
hiciéramos la habitual tabla de gimnasia propia de nuestro sexo. Los
campeonatos deportivos en Granada ponían el broche de oro a la escasa actividad
deportiva que hacíamos, pero que permitieron a alguna de nosotras establecer
lazos afectivos y sentimentales con algún compañero que en la clase habitual solo
daba para algún que otro roce y algún que otro guiño. Aunque la mayoría de las
veces veníamos con grandes derrotas de los partidos, también regresábamos
repletos de nuevas experiencias por haber convivido fuera del aula y de la
ciudad con nuestro propios compañeros y compañeras.
La clase de Formación Política que daba Terele era otro respiro para las de nuestro mismo sexo, ya que la formación social y ciudadana que se esperaba de las futuras maestras distaba mucho de parecerse a la de los futuros maestros, así que volvían a separarnos. En el curso 73-74 aún recibíamos la formación política que se regía por la dictadura franquista, una formación machista basada en los Principios del Movimiento y que relegaba a la mujer a un segundo término, donde la sexualidad era un tema tabú y la procreación y la vida de casada era nuestro verdadero fin. Por ese motivo, estábamos poco habituada a hablar entre nosotros del tema sexual. Nos avergonzaba y nos producía cierto sonrojo.
La apertura nos llegó con la llegada de la auxiliar de conversación
francesa Marie Claire, que utilizaba una
metodología muy innovadora en ese momento, basada en escuchar música, en mirar
y leer revistas donde el desnudo era habitual y ver alguna película poco
frecuente en nuestro entorno. Marie Claire no entendía muy bien el humor
español y cuando nuestro compañero Fede Palomo le cantaba la canción del
anuncio de pantis”Marie Claire, Marie
Claire, un panty para cada mujer” Ella nos miraba como diciendo que no
entendía nuestras exageradas risas. Fue
en una de esas revistas, que trajo Marie Claire, donde vi por primera vez el
desnudo de un hombre de cuerpo entero y en todo su esplendor. Me ruboricé hasta
las orejas, sobre todo al comprobar que compartía la misma imagen con mi
compañero Pepe Gaona que sonrió al verme del color de la amapola. Todo aquello fue
el inicio de unas pequeñas dosis de apertura hacia el sexo contrario y que nos
permitió desinhibirnos, en parte, de todos los prejuicios propios de nuestra
edad y de nuestro sexo, producto de la situación política y cultural que se
vivía en esos años.
El bar Avenida, cercano a
Magisterio en la bajada de la cuesta del Morro, era el punto de encuentro de
algunos de nosotros. Otros, solo los chicos, se iban al bar Sardinero, el bar de la esquina que estaba repleto de hombres
mayores que con la copa de anís El Mono y el coñac Terry mataban el tiempo
jugando al dominó y ellos les acompañaban. Cuando entrábamos al bar Avenida, el
humo del Coronas y Ducados junto con la música de Serrat, Juan Pardo,
Mocedades, Manolo Galván…etc, que sonaba en la máquina de discos, envolvían el
ambiente y lo convertían en un lugar muy especial para todos nosotros. Allí
repasábamos apuntes, preparábamos exámenes,
debatíamos de temas actuales e
incluso se hacían declaraciones de amor.
Cuando terminamos primero, se habían esfumado todos los temores, los miedos
y los prejuicios hacia el sexo contrario, gracias a todos los momentos que
habíamos compartido y todas aquellas actividades que habíamos organizado: desde
teatro, pases de modelo, recital de canciones, fiestas discotequeras en la
Cueva, El River o el Arco Iris, sin olvidar las chirigotas carnavalescas,
creadas por nuestro compañero gaditano Antonio Cárdenas, que nos inculcó el
gusanillo del carnaval e incluso le escribió alguna letrilla a don Jaime Rigual
y que cantábamos por los pasillos en voz baja para que no nos oyeran.
La culminación de las relaciones entre el grupo llegó con el Campamento que
nos obligaban a hacer a todos los que hacíamos Magisterio y que por primera vez
se llevó a cabo con todo el grupo, sin separarnos de los chicos, por iniciativa
del profesor de Formación Política don Manuel Calvo Perseguer, que por su
talante decidido confió en que debíamos empezar a convivir chicos y chicas
fuera de nuestro entorno habitual. Decidieron llevarnos a todos al campamento
Santa María Del Buen Aire de San Lorenzo de El Escorial.
La mayor y la mejor experiencia que
tuvimos todos los de mi promoción fue pasar quince días en un campamento donde
pudimos relacionarnos, no solo con estudiantes de Ceuta, ya que compartimos
espacio también con chicos saharauis, otros de Melilla, de Madrid y un grupo de
chicos ciegos. En el campamento nos separaron. A las chicas nos pusieron en un
albergue y a ellos en tiendas de campañas cercanas a nosotras. Hacíamos
actividades conjuntas al aire libre. Lo mejor de todo eran las noches, con los fuegos
de campamento que compartíamos todos al ritmo de guitarras y canciones que
agarrados de la mano coreábamos, sin importarnos la edad, ni el lugar de
procedencia. Algunas veces nos llevaron a visitar el Escorial, allí
aprovechábamos para ir al “Ojo Izquierdo” la discoteca del pueblo que nos
permitía achucharnos y regalar algún que otro beso al chico deseado.
Aún al cabo de tantos años, sigue
perdurando en nosotras todas aquellas primeras sensaciones vividas en ese
campamento, y siguen en el recuerdo muchas de las personas que conocimos y que
dejaron su huella a pesar del tiempo que ha pasado.
Yo NO ELEGÍ SER MAESTRA, pero después de 42 años de ejercer esta profesión,
puedo asegurar que mi trabajo como docente me ha dado grandes satisfacciones.
He ejercido en todas las etapas de la enseñanza, desde infantil hasta adultos y
he desempeñado diversas funciones en los distintos centros docentes donde he
trabajado. El contacto con mi alumnado me enriquece y me estimula para seguir
en esta difícil tarea que es la educación.
Doña Constanza, antigua profesora de La Escuela de Magisterio, profesora de música.