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lunes, 2 de agosto de 2021

LAS AMIGAS

 

“La amistad es un alma que habita en dos cuerpos, un corazón que habita en dos almas.” Aristóteles.





MI AMIGA DEL ALMA

Ella es mi amiga del alma. Muchas veces pienso qué podría hacer para cambiar algo, aunque sólo sea una pequeña parte de todas aquellas vivencias que azotan su vida con tanta dureza, con tan poca piedad, con tanta fiereza y que le hace sentir tan mal, tan desolada, tan desanimada, tan hundida...tan desesperada.

 La conocí hace mucho tiempo, cuando apenas tenía cuatro años, entre aquellos muros de aquella casa que se construía en ese momento, y que con el tiempo sería mi casa, la casa donde viviríamos mi familia y yo durante muchos años. Apareció detrás de un muro con unas enormes trenzas negras, y unos ojos grandes, muy grandes y muy verdes y aún llenos de vida, de alegría, de esperanza. Me preguntó con una tímida sonrisa, si yo era la niña nueva que iba vivir en esa casa que aún no tenía techos, solo paredes y que era el lugar de juegos de ella y de todas aquellas niñas que vivían en el barrio. Le respondí tímidamente que sí, sin saber que con el tiempo se convertiría en mi amiga del alma.

 Su infancia fue como el preámbulo de lo que sería después su vida de adulta. Ella dice que fue feliz, que lo pasaba muy bien, que se reía mucho, que le gustaba divertirse, bailar, cantar, salir, entrar... pero claro entonces se disfrutaba de cualquier cosa, y desde luego si no era así, no importaba mucho, pues la vida estaba llena de esperanza, y quedaba el futuro. Se podría esperar el mañana, quedaba mucho tiempo para que todo cambiara y se transformara en algo mejor. Yo sabía que ya entonces el día a día no era fácil para mi amiga.

 Nacer en el seno de una familia donde ya existían dos chicos, y eres la única chica, no empezaba a ser muy prometedor en esa época, ya que siempre tendrías que asumir desde muy niña las tareas propias de mujer, sobre todo atender a tus hermanos y asumir en todo momento el papel de niña buena que cumple normas y no tiene demasiadas aspiraciones.

Su vida estaba demasiado controlada por un padre muy estricto que no le permitía salir sin permiso. Mientras nosotras, sus amigas, teníamos entonces una cierta libertad para poder salir sin un control muy exhaustivo, ella permanecía en casa a expensas de un descuido para poder escaparse y gozar de nuestra compañía. Cuando más disfrutaba de esa escapada, la pillaban en plena faena y entonces llegaba a casa muy rápidamente, y se cambiaba de ropa para justificar que no se trataba de ella, que se habían confundido, sería otra niña que se le parecía. A pesar de ello, algunas veces aquello resultaba exitoso y salía airosa de la aventura, pero otras, era descubierta en la odisea, y nadie la libraba del castigo. Permanecía en casa más de una semana, pero después lo intentaba de nuevo, no se resignaba a aceptar lo que tan injustamente se le imponía, luchaba por conseguir sus propósitos, no desfallecía en el intento, pero no conseguía demasiado.

Una tarde fría de invierno cuando mi amiga jugaba en la puerta de su casa con todas nosotras, se acercó a una hoguera de cisco que se quemaba en la acera de enfrente. A finales de los 60, era muy común encender braseros de carbón para combatir el frío y encenderlo en la calle para luego calentar la casa antes del anochecer. Ella se acercó para calentarse y su vestido floreado de franela se prendió en un instante. Sus enormes gritos alertaron a los vecinos que salieron enseguida sin saber lo que pasaba. Ella intentaba en vano apagar el fuego que iba cubriendo su cuerpo con una rapidez increíble. Una manta que la cubrió por sorpresa le salvó la vida, pero no pudo impedir que las piernas, parte de las manos y su cuerpo se quedaran marcados para siempre. Las llamas no llegaron a sus ojos, no destruyeron su mirada, no marcaron su rostro. Las huellas de las quemaduras aún perduran, pero ya no son estas las que la hacen sufrir, son otras aún más profundas, son otras las que no cicatrizan a pesar del tiempo transcurrido.

Su madre padecía con cierta frecuencia alucinaciones, desvariaba, y hablaba sola, montaba una escena ficticia que ella se creaba, y que en ocasiones la hacía sufrir porque esa fantasía era perjudicial para ella. En ese momento, se originaba en su casa un ambiente de tensión del que toda la familia salía huyendo, pero ella permanecía inalterable viviendo la escena, como si de una mera espectadora se tratara. Yo presenciaba lo que allí pasaba y no asimilaba lo que oía, no entendía el cambio que observaba en su madre, pero ella continuaba como si no pasara nada, seguía con su juego, con su charla, con el continuar de su vida, como si de un paréntesis se tratara. Nunca supe hasta qué punto esto le podía afectar, porque nunca habló de ello.

 Cuando mi amiga cumplió dieciséis años su corazón empezó a latir muy deprisa, sus manos empezaron a sudar y sus ojos despedían destellos de brillos, mi amiga, al igual que todas nosotras, se enamoró perdidamente. Ella en ese momento no sabía cuánto iba a sufrir después por ese amor, y sobre todo cómo iba a cambiar su vida a partir de ese momento. Para poder estar con él inventaba todo tipo de mentiras que contaba a sus padres para así poder refugiarse en los brazos de su enamorado. Este amor con el tiempo empezó a ser cada vez más posesivo, más celoso y más violento, y ella sin darse cuenta, quizás por salir del ambiente familiar que la rodeaba, quizás porque era inmadura y joven, o quizás porque estaba muy enamorada, decidió compartir el resto de su vida con él.

No recuerdo muy bien cuándo empezó la pesadilla de su vida, si fue desde el principio o cuando el tiempo empezó a darle a la relación  ese toque de monotonía y aburrimiento en los que entran muchos matrimonios después de haber pasado el primer año de idílica convivencia. Las escenas de celos cada vez eran más frecuentes, los maltratos estaban a la orden del día, las infidelidades se entremezclaban con todo tipo de adicciones al alcohol, al juego y a todo lo que caía en sus manos. Así pasaron trece años, en la vida de mi amiga, llena de penalidades para ella y para sus hijos. Así fue como los ojos verdes, intensos y llenos de vida de mi amiga se fueron hundiendo cada vez más y adquirieron un color casi gris, el color de la tristeza, de la pena, del sufrimiento. Entonces empezó a pensar que cualquier tiempo pasado, vivido en su casa entre esa familia que le exigía demasiado y que la controlaba sin piedad, era mucho mejor de lo que estaba viviendo en ese momento.

Tardó mucho tiempo, quizás demasiado en decidir alejarse del enemigo con el que convivía y que la maltrataba. Esperó a que él cambiara, esperó que vinieran tiempos mejores, esperó estar fuerte y que el miedo se alejara, esperó que sus hijos crecieran, esperó tener un trabajo. Tanto esperó que pasaron demasiados años para que pudiera recuperarse del dolor, de tanta soledad y de tanta tristeza. El miedo, el temor, la pesadumbre, la desesperanza y todo lo que había vivido tanto tiempo no dejaban lugar a recuperar el brillo de sus ojos. Mi amiga se separó. Había terminado para ella una pesadilla que parecía no acabar, pero pronto empezaría otra, aún peor que la primera.

 El vivir pesadillas interminables trae en muchas ocasiones graves consecuencias no sólo para la madre, sino también para los hijos que la viven. Ese hijo que en tantas ocasiones vio y compartió ese maltrato y que, a veces, fue capaz de salir en defensa de su madre cuando apenas tenía cuatro años, comprendió con el tiempo que era mejor esconderse en un rincón de la casa, el más alejado posible, para no ser partícipe y cómplice del sufrimiento que su madre sentía, así a él no le llegarían también los gritos, insultos y maltratos que iban destinados a ella. Cuando se fue haciendo mayor, en lugar de esconderse en ese rincón alejado de su casa, se refugiaba en la calle, en sus amigos...en todo aquello que le podía proporcionar una liberación de la realidad que vivía. No se sabe si su inmadurez, su inseguridad, sus vivencias anteriores, sus temores, su sufrimiento, o simplemente la falta de responsabilidad, le hicieron vivir otra vida  paralela. Empezó fumando porros y terminó consumiendo heroína; comenzó cogiendo dinero de casa y terminó dando tirones en la calle.

Nada de lo vivido anteriormente era equiparable con este sufrimiento. No hay nada peor en la vida de una madre que el desgarro que su alma siente cuando el hijo sufre, cuando el hijo padece, cuando al hijo se le escapa la vida.

Un día del mes que le dio la vida, mi amiga del alma no pudo aguantar más y como su arrojo y su valentía le impedían acabar con ese sufrimiento que duraba más de lo que ella recordaba, su mente voló, se fue a otra dimensión, divagó entre tinieblas muchos días, flotó, alucinó y desconectó del mundo real en el que había vivido tantos años. En ese mundo tan cruel que la vida le había dado, ese mundo que ella no había elegido y que no podía cambiar, pero en el que tenía que seguir viviendo. Ella lo transformó en su mente, lo construyó a su antojo, lo envolvió de la magia de sus sueños, lo interpretó a su manera y lo convirtió en real. En ese mundo vive mi amiga del alma y aunque yo sé que cuando ella se va allí, a ese mundo irreal que se ha construido para no sufrir, yo ya no la tengo porque no está en mi mundo, porque no comparto con ella la fantasía de sus sueños. Con el tiempo he aprendido, he aceptado que mi amiga es feliz en esos momentos, y que ella se va porque  es la única opción que tiene de escaparse, de evadirse de este infierno triste que la envuelve, que la maltrata, que la destruye. Es la única forma que tiene de volar hacia el mundo mágico de sus sueños.

 Cuando ella vuelve yo sigo a su lado para compartir con ella todo lo que ha imaginado, todo lo que ha sentido, porque ella es mi amiga, es mi amiga del alma.

  abril 2000


Leí el libro de Elena Ferrante "La amiga estupenda". Descubrí en sus páginas, la relación entre Lenú y Lila, amigas desde la infancia hasta el final de sus vidas. Recordé un relato que escribí hace tiempo para mi amiga del alma y que hoy he recuperado.

Este relato va dedicado a todas aquellas amigas que me han acompañado a lo largo de mi vida y que han compartido los mejores momentos y los menos buenos. Algunas de ellas continúan aún extendiéndome su mano .