La educación es la única arma para combatir las injusticias, las desigualdades y la discriminación

domingo, 16 de octubre de 2022

MARICÓN EL ÚLTIMO.

 

"Me llamo a mí mismo un hombre feminista. ¿No es eso cómo se le llama a alguien que lucha por los derechos de la mujer ?(Dalai Lama)


 LA TOXICIDAD DE LA MASCULINIDAD HEGEMÓNICA.

CARLOS LORENTE

 

Antes de nada quiero advertir que dicha reflexión va orientada hacia la crítica de la masculinidad tóxica y en virtud de la sensibilización hacia una nueva masculinidad, siendo consciente de las consecuencias que sufren a todos los niveles las mujeres y los colectivos LGTBI+ y de la posición de privilegio que tengo como hombre heterosexual y occidental.

 


La masculinidad tóxica-hegemónica se muestra como una consecuencia epidémica sistemática global del patriarcado y se reproduce desde diferentes formas en los comportamientos emocionales, educativos, culturales, familiares y sociales con un constructo de género totalmente represivo y condicionante en el hombre y de poder y subordinación sobre la mujer.

Gracias al avance del feminismo y del esfuerzo y valentía que requiere la reflexión hacia la aceptación de muchos hombres de la desigualdad existente entre el hombre y la mujer en todos los sentidos y ámbitos de la vida, estamos viendo pinceladas en los verdugos, de un querer deconstruir (nos), responsabilizándonos de lo que nos corresponde a pesar de que nos quede mucho camino por recorrer.

Esto supone además de un gran esfuerzo y aceptación, un gran sentido de búsqueda de la justicia, ya que dicho sistema, lleva siglos despreciando, violando, condicionando, abusando, matando a mujeres, por el simple hecho de ser mujeres.

Pero, ¿cómo hace el patriarcado para reproducir siglos y siglos ese sistema de poder del hombre y subordinación de la mujer para que sigamos reflexionando, replanteando, indagando soluciones para encontrar esa justicia que merece el 50 % de la población mundial?

Inyectando a través de cuantas formas sean necesarias en nuestro subconsciente,  mensajes y elementos que condicionan inconscientemente que la reproducción continúe.

Desde el momento en el que informan si será niño o niña desde una ecografía, se pone en marcha una maquinaria condicionante como punto de inicio a lo que dicho niño o niña tendrá que acogerse. El color de la cuna, de las sábanas, evento del baby boom, el carrito, la disposición y decoración de lo que será su habitación, etc son muestra de ello. Una vez nacen y están en sus respectivos ambientes familiares, reciben de forma permanente una cantidad de estímulos y mensajes que van quedando grabados en su subconsciente (conversaciones entre progenitores, juguetes, televisión, dispositivos electrónicos, etc. y que inevitablemente se plasmará cuando lleguen a la comunidad educativa (contenidos que se trabajan, uniformes, asignación de roles, juegos en los recreos, frases como “maricón el último y ¡a que no hay huevos¡” etc). Inclusive, a través del profesorado, que a su vez, forma parte del engranaje eficazmente montado para ello.

Cuando se llega a la adolescencia, ya están prácticamente los roles construidos en los que los niños-hombres tenemos que aspirar al ideal de masculinidad que nos han establecido. Ser fuertes y no mostrar debilidad, ser líderes, competitivos, individualistas, no ser compasivos, mostrarnos seguros, no sentir miedos, ser heterosexuales, comportamientos y posturas incluso determinadas como el cruzar piernas, sintiéndonos constantemente en una hipervigilancia social a través de la policía de género, ya que todo ello hará que el índice de dicha masculinidad exigida disminuirá notablemente.

La represión a nuestras emociones de no ser compasivos, amorosos, tiernos, sensibles, de no poder sentir tristeza ni miedo, de hijo no llores, que los hombres no lloran, van construyendo en nosotros una enfermedad invisible y a través de una máscara que generará a lo largo de nuestras vidas lo que es evidente. Frustraciones, incompresiones, falta de reconocimiento de las emociones, conflictos tóxicos en nuestras relaciones, agresividad, ira, entre otras, y que no somos conscientes de lo que nos sucede ni del por qué, porque como nos han construido y nos dicen los privilegiados, es el orden natural del hombre.

Esta enfermedad, nos habla Ismael Cicerón Plaza, Psicoterapeuta experto en género, entre otras cosas, en una conferencia “Nuevas Masculinidades, el amor en tiempos de feminismo” de los malestares de género, ya que supone para nosotros, los hombres, sin obviar las consecuencias que sufren las mujeres, otras consecuencias que quedan invisibles e internas a nivel individual. Dichos malestares, traducidas en trastornos y que son exclusivas de los hombres, son incluso eclipsadas, ya que en el ámbito psiquiátrico y psicológico (como en todos los ámbitos), los referentes siguen siendo hombres, que perciben dichos trastornos, enfermedades y comportamientos como naturales o normalizados.

Es de señalar que los índices de suicidio, drogodependencias, delincuencia, privaciones de libertad, agresiones, fracaso escolar, entre otras, son muchísimo más altos en hombres que en mujeres; y esto tiene mucho que ver a la imposición de masculinidad que nos imponen, puesto que las emociones que nos han privado de expresar generan este tipo de catastróficas consecuencias.

 Por fortuna y aprovechando la imagen que ha dado la vuelta al mundo de Rafa Nadal y Roger Federer dándose la mano y llorando, como muestra de amor, respeto, compasión entre ambos y del volumen ya considerable (aunque aún escaso) de hombres que están empezando a cuestionarse y a querer mostrar actitud de deconstruirse, generando acciones y movimientos como los círculos de hombres, es necesario exaltar la necesidad de visibilizar primero la enfermedad que nos envuelve a nosotros como hombres el seguir reproduciendo una masculinidad que nos hace daño y hace daño a las personas que queremos como a las mujeres, a nuestras nuevas generaciones, a la propia naturaleza y segundo, sensibilizar a todos los jóvenes y adultos para que tengamos la valentía de mirarnos hacia dentro, valentía para ver que llevamos siglos reprimiéndonos y mostrándonos diariamente en contra de nosotros mismos, valentía para querer estar en horizontalidad con las mujeres y aceptemos y reconozcamos que nuestra masculinidad no funciona, y que necesitamos deconstruirnos con toda la dificultad y rabia que esto supone, pero que supondrá, a pesar del tiempo que será necesario para ello, una sanación individual y colectiva a nosotros como hombres y una sanación y salvación  colectiva para la humanidad, haciendo un ejercicio de justicia global. 

Yo, personalmente, me siento afortunado de haberme educado en una familia monomarental y haber crecido rodeado de mujeres, habiéndome influenciado durante todo mi desarrollo y madurez de ellas y actualmente de mi pareja, construyendo en mí un nivel de respeto, empatía y compasión que me ha permitido ser sensible a mis comportamientos como hombre e ir deconstruyéndolos en la medida que he podido, aceptando que me queda mucho camino por recorrer e intentando trabajarme diariamente para poder ser mejor hombre, desde la humildad y el reconocimiento cuando los patrones de la masculinidad hegemónica me salen e intentando formarme y generar acciones que puedan generar impacto en otros hombres para así, ser partícipe y responsable de lo que me corresponde.