La educación es la única arma para combatir las injusticias, las desigualdades y la discriminación

martes, 2 de marzo de 2021

 FEMENINA O/ Y FEMINISTA.

Simone de Beauvoir : No se nace mujer, se llega a serlo.




La primera vez que percibí que se me discriminaba por ser niña, fue cuando mi madre me obligaba a hacer algunas tareas de la casa y a mi hermano no, a pesar de que ambos estudiábamos en el instituto. Lógicamente, no sabía ni lo que era discriminación, ni lo que era la igualdad de género, sólo notaba que el reparto de las tareas no estaba muy equilibrado, y eso me enfurecía.

A medida que pasaron los años, esas percepciones se convirtieron en hechos consumados, tales como:  la hora de llegar a casa, la forma de vestir, la diferencia “salarial” de la propina de los domingos y ya el colmo fue cuando me dijeron al terminar el instituto que mi hermano era el que tenía que estudiar y que yo me podía quedar en casa ayudando a mi madre. Por supuesto que me negué con un rotundo NO ante tal sugerencia, y aterricé en la Escuela de Magisterio, por ser la única opción que teníamos en esos momentos. Allí ya sí que tuve ocasión de comprobar que la sociedad y las leyes de educación no nos trataban por igual, pero aún no había llegado el momento de poner en evidencia estas situaciones, ya que ni siquiera, en la mayoría de los casos, yo era muy consciente de que existían.

Vivir en una situación en que todo eso era normal, y todos los que están a tu alrededor lo ven como normal, es vivir en la normalidad absoluta, asumiendo  todas las discriminaciones que existan en ese momento, y por lo tanto, supone que no hay que cambiar nada de lo que ya existe, porque así está todo muy bien. Eso me repetía a veces mi madre cuando yo le recriminaba alguna decisión que a mí no me parecía justa, ella siempre me respondía que “ toda la vida había sido así, y que no iba a venir yo a cambiarla ahora.” No hay nada peor que ver todo como normal, porque entonces no se producen los cambios.


Esos cambios se fueron pr
oduciendo poco a poco, pero pasaron muchos años antes de darnos cuenta de que esos piropos que recibíamos por la calle y que la mayoría de las veces eran groseros y ordinarios y te hacían sonrojar en medio de la vía pública, eran una intrusión a la intimidad de la mujer. Tardamos mucho en saber que no nos correspondía exclusivamente el cuidado de nuestros hijos, atender todas las necesidades domésticas de nuestra casa y compaginarla con el trabajo que hacíamos fuera de ella.  Descubrimos muy tarde que estábamos en pleno derecho a decidir cuándo y cómo queríamos disfrutar de una sexualidad plena, que podíamos también negarnos y si nos forzaban a hacerlo, se trataba de una violación, aunque fuera el hombre al que le habíamos jurado amor eterno. Tardamos en saber que había mujeres que ejerciendo el mismo trabajo que los hombres, recibían un sueldo inferior a ellos, aunque eso era normal, ya se empezaba a luchar para cambiar esa normalidad. Muchos años tuvieron que pasar para no ver normalidad en el hecho de que un hombre maltratara a su mujer, hasta llevarla incluso a la muerte, dejando de ser una cuestión privada para pasar a una cuestión pública. Pasaron muchos años, antes de despenalizar el adulterio de la mujer, ya que hasta el año 1978 la mujer casada cometía adulterio por yacer una vez con una persona que no fuera su marido. El marido no lo cometía por yacer una o muchas veces con mujeres que no fueran su esposa, por lo tanto, un hombre nunca podía ser acusado de adulterio aunque llevara una vida escandalosa. Negar el derecho al voto a la mujer por no considerarla capacitada para ello era lo usual hasta el 19 de noviembre de 1933 que fue la primera vez que las mujeres españolas votaron, y concurrieron en las mismas condiciones de igualdad ante las urnas que los hombres, tras la aprobación de la Constitución de la Segunda República. Hasta la llegada de la democracia en España la mujer no tuvo una representación significativa en los órganos de dirección y poderes públicos, sólo formaba parte del ámbito privado o doméstico.  El porcentaje, de las mujeres en la vida política, cultural o social era mínimo. En la primera Legislatura Constituyente (1977-1979) solo hubo 21 diputadas (el 6% del total)  y hasta  la XIII legislatura que se inicia en 2019 de los 350 diputados, 164 son mujeres.




Leyendo el libro de Chimamamanda Ngozi “Todos deberíamos ser feministas” me llamó la atención cuando ella cuenta que su mejor amigo de la infancia le llama feminista, ella se dio cuenta que no era un cumplido por el tono en que se lo dijo, ya que no conocía el significado de dicha palabra. En otras ocasiones le aconsejaron que no se presentara como feminista, porque las feministas son mujeres infelices. El verdadero significado de feminismo es: pensamiento político que mantiene que ningún ser humano debe ser privado de ningún bien o derecho a causa de su sexo y exige iguales libertades y derechos para las mujeres que para los hombres. Se supone que todas las mujeres deben querer tener los mismos derechos que los hombres, y que hay hombres que comulgan también con esta ideología para conseguir una sociedad más equilibrada y justa. Entonces no se entiende por qué hay muchas mujeres y muchos más hombres que critican, rechazan y condenan cualquier actitud feminista. Se entendería más en el caso de los hombres y muchos menos en el de las mujeres.


Cuando allá por el año 1994, comenzó mi trayectoria en la lucha por la igualdad, hombres y mujeres cercanos a mi profesión y a mi edad, no compartían esta lucha, e incluso se atrevían a decirme que no tenía el perfil de una feminista porque yo parecía ser muy femenina, me arreglaba, me depilaba las piernas, y no era desagradable a la vista. Hace poco, un compañero al oírme hablar de fútbol, se quedó extrañado y me comentó que no era normal que una feminista hablara de fútbol. El perfil que muchos de ellos atribuyen a una feminista, es la de amargada, separada, frustrada, solterona, con vellos en las piernas y en las axilas, con estilo masculino y poco aseada. La falta de formación e información en este tema lleva a muchas mujeres y hombres a darle un sentido peyorativo a este término. Los hombres, en general, le dan un uso indebido porque no les interesa perder aquellos privilegios que poseen y que la sociedad les ha dado desde sus inicios, de ahí que le den a este término un significado negativo. Incluso en la actualidad, a la palabra se le ha añadido el término de nazi, formándose el acrónimo de 'feminazi y se utiliza con intención despectiva con el sentido de 'feminista radicalizada', utilizado sobre todo por la ultraderecha. En cambio, las mujeres que nos rechazan lo hacen en muchos casos, porque han sido educadas para seguir repitiendo los mismos roles que sus progenitoras, y no tienen otros modelos de mujeres que las saquen de esa normalidad en la que viven ellas y sus antecesoras. Otras en cambio, no aceptan ser feminista, no porque no crean en que hombres y mujeres seamos iguales en derecho, sino porque no necesitan ser iguales, ya que gozan de todos los privilegios que desean por encontrarse en una buena situación económica y social que no les priva de nada, y por supuesto no les interesa pensar en las demás, puesto que ya disfrutan de los derechos por los que han luchado nuestras predecesoras.



Otra cuestión sobre este tema es que en muchos casos, se vende el concepto que las feministas son machistas porque quieren hacer con el hombre lo mismo que los machistas hacen con las mujeres, es decir, quieren la supremacía de la mujer por encima del hombre. Este significado es otra connotación errónea que se le da a este término para desprestigiarlo, ganando así detractores y que abanderan todos los antifeministas por falta de formación. Este término no se llama feminismo, se llama hembrismo  (desprecio a los hombres).

Posicionarte a favor del feminismo es defender todos aquellos derechos que ahora tenemos las mujeres, gracias a la lucha de muchas otras. Continuar en esta lucha es nuestra obligación, sobre todo por todas aquellas mujeres que aún no gozan de estos derechos por vivir en países en que la cultura, la religión, la política, la sociedad…las priva de estos beneficios y porque aún en aquellos países en los que la ley nos ampara, los derechos de la mujer no llegan a ser derechos reales, sólo derechos legales.

Cualquier persona, hombre o mujer, que crea que debemos tener todos los mismos derechos, es una persona feminista, porque en la actualidad gracias a esas Mujeres que hace tiempo lucharon por ellas, y por todas nosotras, gozamos ahora de unos derechos que han contribuido a acortar la discriminación que ha sufrido la mujer durante muchos años.