"Me llamo a mí mismo un hombre feminista. ¿No es eso cómo se le llama a alguien que lucha por los derechos de la mujer ?(Dalai Lama)
LA TOXICIDAD DE LA MASCULINIDAD HEGEMÓNICA.
CARLOS LORENTE
Antes de nada
quiero advertir que dicha reflexión va orientada hacia la crítica de la
masculinidad tóxica y en virtud de la sensibilización hacia una nueva
masculinidad, siendo consciente de las consecuencias que sufren a todos los
niveles las mujeres y los colectivos LGTBI+ y de la posición de privilegio que
tengo como hombre heterosexual y occidental.
La
masculinidad tóxica-hegemónica se muestra como una consecuencia epidémica
sistemática global del patriarcado y se reproduce desde diferentes formas en
los comportamientos emocionales, educativos, culturales, familiares y sociales
con un constructo de género totalmente represivo y condicionante en el hombre y
de poder y subordinación sobre la mujer.
Gracias
al avance del feminismo y del esfuerzo y valentía que requiere la reflexión
hacia la aceptación de muchos hombres de la desigualdad existente entre el
hombre y la mujer en todos los sentidos y ámbitos de la vida, estamos viendo
pinceladas en los verdugos, de un querer deconstruir (nos),
responsabilizándonos de lo que nos corresponde a pesar de que nos quede mucho
camino por recorrer.
Esto
supone además de un gran esfuerzo y aceptación, un gran sentido de búsqueda de
la justicia, ya que dicho sistema, lleva siglos despreciando, violando,
condicionando, abusando, matando a mujeres, por el simple hecho de ser mujeres.
Pero,
¿cómo hace el patriarcado para reproducir siglos y siglos ese sistema de poder
del hombre y subordinación de la mujer para que sigamos reflexionando,
replanteando, indagando soluciones para encontrar esa justicia que merece el 50
% de la población mundial?
Inyectando
a través de cuantas formas sean necesarias en nuestro subconsciente, mensajes y elementos que condicionan
inconscientemente que la reproducción continúe.
Desde
el momento en el que informan si será niño o niña desde una ecografía, se pone
en marcha una maquinaria condicionante como punto de inicio a lo que dicho niño
o niña tendrá que acogerse. El color de la cuna, de las sábanas, evento del
baby boom, el carrito, la disposición y decoración de lo que será su
habitación, etc son muestra de ello. Una vez nacen y están en sus respectivos
ambientes familiares, reciben de forma permanente una cantidad de estímulos y
mensajes que van quedando grabados en su subconsciente (conversaciones entre
progenitores, juguetes, televisión, dispositivos electrónicos, etc. y que
inevitablemente se plasmará cuando lleguen a la comunidad educativa (contenidos
que se trabajan, uniformes, asignación de roles, juegos en los recreos, frases
como “maricón el último y ¡a que no hay huevos¡” etc). Inclusive, a través del
profesorado, que a su vez, forma parte del engranaje eficazmente montado para
ello.
Cuando
se llega a la adolescencia, ya están prácticamente los roles construidos en los
que los niños-hombres tenemos que aspirar al ideal de masculinidad que nos han
establecido. Ser fuertes y no mostrar debilidad, ser líderes, competitivos,
individualistas, no ser compasivos, mostrarnos seguros, no sentir miedos, ser
heterosexuales, comportamientos y posturas incluso determinadas como el cruzar
piernas, sintiéndonos constantemente en una hipervigilancia social a través de
la policía de género, ya que todo ello hará que el índice de dicha masculinidad
exigida disminuirá notablemente.
La
represión a nuestras emociones de no ser compasivos, amorosos, tiernos,
sensibles, de no poder sentir tristeza ni miedo, de hijo no llores, que los
hombres no lloran, van construyendo en nosotros una enfermedad invisible y a
través de una máscara que generará a lo largo de nuestras vidas lo que es
evidente. Frustraciones, incompresiones, falta de reconocimiento de las
emociones, conflictos tóxicos en nuestras relaciones, agresividad, ira, entre
otras, y que no somos conscientes de lo que nos sucede ni del por qué, porque
como nos han construido y nos dicen los privilegiados, es el orden natural del
hombre.
Esta
enfermedad, nos habla Ismael Cicerón Plaza, Psicoterapeuta experto en género,
entre otras cosas, en una conferencia “Nuevas Masculinidades, el amor en
tiempos de feminismo” de los malestares de género, ya que supone para nosotros,
los hombres, sin obviar las consecuencias que sufren las mujeres, otras
consecuencias que quedan invisibles e internas a nivel individual. Dichos
malestares, traducidas en trastornos y que son exclusivas de los hombres, son
incluso eclipsadas, ya que en el ámbito psiquiátrico y psicológico (como en
todos los ámbitos), los referentes siguen siendo hombres, que perciben dichos
trastornos, enfermedades y comportamientos como naturales o normalizados.
Es
de señalar que los índices de suicidio, drogodependencias, delincuencia,
privaciones de libertad, agresiones, fracaso escolar, entre otras, son
muchísimo más altos en hombres que en mujeres; y esto tiene mucho que ver a la
imposición de masculinidad que nos imponen, puesto que las emociones que nos
han privado de expresar generan este tipo de catastróficas consecuencias.
Yo,
personalmente, me siento afortunado de haberme educado en una familia
monomarental y haber crecido rodeado de mujeres, habiéndome influenciado
durante todo mi desarrollo y madurez de ellas y actualmente de mi pareja,
construyendo en mí un nivel de respeto, empatía y compasión que me ha permitido
ser sensible a mis comportamientos como hombre e ir deconstruyéndolos en la
medida que he podido, aceptando que me queda mucho camino por recorrer e intentando
trabajarme diariamente para poder ser mejor hombre, desde la humildad y el
reconocimiento cuando los patrones de la masculinidad hegemónica me salen e
intentando formarme y generar acciones que puedan generar impacto en otros
hombres para así, ser partícipe y responsable de lo que me corresponde.
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