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lunes, 8 de febrero de 2021

MI ESTRENO COMO MAESTRA

 

COLEGIO VALME CORONADA: MI ESTRENO COMO MAESTRA

El colegio Valme Coronada pertenecía al denominado Plan de Urgencia de Andalucía (P.U.A). Yo formé parte de las primeras plantillas de este centro a finales de los años 70. El elevado número de alumnado, debido a la creciente explosión demográfica del momento, hizo que muchos centros hicieran el desdoble de horarios para poder atender a la gran demanda de escolares. Existían dos turnos, uno de 9h a 14h y otro de 14h a 19h. Lo normal era que el profesorado más antiguo y de más edad eligiera la mañana y los nuevos y más jóvenes nos tocó trabajar en turno de tarde.


Cuando me estrené en el primer claustro como maestra de este colegio, el punto más importante del orden del día fue la petición de curso.  El criterio para elegir era la antigüedad, criterio, que aún en estos días, sigue existiendo en muchos centros. Yo, lógicamente, era de las últimas en elegir, así que osada de mí y por mi falta de experiencia le dije al director que prefería la segunda etapa (6º, 7, 8º)   Me miró , sin saber cómo hacerme ver, que yo por mi  edad y por el aspecto que presentaba: trenzas , vaqueros y camiseta hippie, no era la maestra adecuada, puesto que el alumnado se me “subiría a la parra”.

Me dio un curso cercano a mi petición. Me quedé con un quinto de E.G.B y en septiembre del 1977 empecé a disfrutar de mi profesión. El primer día de clase, ya me tomaron el pulso para saber hasta dónde podían llegar. Pablo, el más decidido de todos, me preguntó sin dudar, si me gustaban “Las Cuatro Tetas”, calificativo que en el lenguaje nazareno (de Dos Hermanas) se le daba al pueblo donde me encontraba. El éxito de la pregunta se hizo notar y todos al unísono soltaron estridentes carcajadas que se oyeron por todo el pasillo. A partir de aquí, supe que tenía que ganarme a Pablo y a toda su legión de honor.

Los cursos eran de 30 a 40 alumnos, por lo que no era fácil atender las necesidades educativas de cada uno para garantizar el éxito. El rendimiento del alumnado de tarde era mucho menor que el de la mañana, junto con el calor en primavera y el frío húmedo en invierno, la jornada se hacía interminable. Intenté ganarme a ese grupo, realizando múltiples actividades que para ellos eran novedosas y que hacían mucho más atractivo su aprendizaje.

El 15 de junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones en España desde los años de la II República y en agosto de ese mismo año, yo aprobaba mis oposiciones al cuerpo de maestros. Pocos meses después se percibió un cambio en todos los aspectos de la vida diaria, tanto en el sistema educativo, como en la cultura y en la sociedad en general. El 4 de diciembre, se producía la primera manifestación para reivindicar la Autonomía de Andalucía y en abril de ese año se había legalizado también el Partido Comunista en España. Hechos de gran relevancia en mi práctica docente, puesto que ponía fin a la escuela franquista en la que yo me había educado de niña y que asumí hasta cumplir los 21 años. Esa edad me permitió votar por primera vez, puesto que era la edad mínima para poder ejercer el derecho al voto. Se acababa, por fin, esa escuela que tenía un marcado carácter ideológico y religioso y que me hizo rezar a diario el Ave María, el rosario los sábados y los lunes, no faltaba la pregunta de rigor, sobre cuál era el color de la casulla del sacerdote que había oficiado la misa el domingo anterior y comprobar así, si yo había asistido a ella. La separación por sexos relegó a las niñas a una educación machista, donde debíamos cursar materias propias del Hogar y que tenían como objetivo formarnos para ejercer el rol propio de auténtica ama de casa, sin aspiración a una educación superior, a la cultura o a un trabajo remunerado.



La nueva democracia me permitió poner en práctica nuevas metodologías basadas en las primeras innovaciones educativas del momento. Existían ya en el centro, dos compañeros (Esperanza y Rafael) que me mostraron una visión distinta de la educación. Ellos habían iniciado en el colegio la pedagogía de Freinet. Se trataba de una enseñanza totalmente democrática, abierta a la realidad del alumnado y con un trabajo cooperativo y grupal en el aula, donde se debatían en Asambleas temas de interés para el alumnado, se ponía en marcha la Correspondencia Escolar con otros centros y se plasmaban en el papel el Dibujo Libre como actividad que realizaban libremente, tanto dentro como fuera del aula, y nunca impuesto. La expresión escrita se basaba preferentemente en los Textos Libres, donde no se imponía el tema de redacción, sino que ellos mismos escribían según la necesidad que experimentaban en el momento, una vez motivados para hacerlo.  Estos textos se imprimían en la imprenta de fabricación casera (imprenta de Freinet) que yo   hacía en casa en un proceso largo y complicado de mezclar: gelatina, glicerina, azúcar y agua. Cuando la mezcla se solidificaba se colocaba encima   la imagen que se deseaba imprimir una vez que se había hecho con papel de calcar. El dibujo quedaba plasmado en la mezcla y sobre ella se podían obtener varias hojas impresas ( unas 20) de la misma imagen. Así imprimíamos los textos libres y dibujos, y confeccionábamos la revista escolar. Después surgieron las multicopistas que permitían una mayor impresión de textos y hacerlo en el momento, pero la mayoría de las veces el papel se atascaba o la máquina se quedaba sin tinta.





A todas estas actividades se unía el teatro que se realizaba en la misma clase, con un decorado improvisado de papeles pintados por todos y con una ambientación grabada en cintas de cassettes con ruidos, músicas y sonidos obtenidos de fuentes diversas.

Las excursiones al campo se hacían fuera del recinto escolar, donde disponíamos de un extenso campo que colindaba con el colegio, y que solo lo separa una valla metálica que saltábamos para ponernos en contacto con árboles, pájaros y otros insectos que vivían a su gusto en ese entorno natural. Ellos disfrutaban plenamente de esas salidas porque les permitía liberarse de las letras y los números.

En esos años se mantenía el contacto con el alumnado las cinco horas que duraba la sesión escolar. No había profesorado especialista de Idioma, Educación Física, Música o Atención a la Diversidad. No existía equipo de Orientación, ni apoyos educativos. Asumíamos todas esas disciplinas dentro del horario escolar, sin disponer de medios y programándolas según te permitía el horario. La Religión se dejaba a criterio del profesorado según su cercanía al tema. En cuanto a la música, tengo que decir, que mi habilidad para tocar instrumentos musicales era nula, aunque no se me deba mal cantar, así que opté por enseñarles canciones del momento y el himno de Andalucía que empezaba a sonar en esos días.


 La formación del profesorado era muy escasa, no existían los centros de Recursos para formarnos y apenas podíamos reciclarnos en nuestra práctica educativa.  De las ganas y de la ilusión que mantenía vivo nuestro trabajo diario surgió la idea de nuestros compañeros Pedro Melara y Antonio Peña de compartir experiencias educativas fuera del horario lectivo. Organizamos unos talleres en los que cada uno, de forma voluntaria, explicaba alguna metodología, alguna experiencia educativa o alguna actividad que le había dado resultado en el aula y que podía servir para que los demás lo pusiéramos en marcha.

  Fue en Dos Hermanas, en el colegio Valme Coronada donde descubrí mi verdadera vocación. La motivación de mi trabajo venía acompañada por el cariño que me demostraba a diario mi alumnado, y a pesar de los años, aún tengo muestras de ello. El profesorado formó parte del grupo de amigos y amigas que además de compartir el entusiasmo por nuestra profesión, participábamos juntos en actividades de ocio y diversión. Las familias me acompañaron en toda mi práctica docente, colaborando en todas las actividades que demandaba su cooperación.

Veinte años después de mi primer destino, el director del colegio, y gran amigo de esos días, Pedro Romero, me propuso escribir un artículo para conmemorar el 25 aniversario de la fundación del colegio.

 En esa revista pude reflejar en pocas páginas mi agradecimiento a todos los que compartieron mis primeros años como docente. Ahora, cuando lo he vuelto a leer, han florecido de nuevo todas esas sensaciones que han inspirado este artículo.

 

 


 

 

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