COLEGIO VALME CORONADA: MI ESTRENO COMO MAESTRA
El colegio Valme Coronada pertenecía al denominado Plan de Urgencia de Andalucía (P.U.A). Yo formé parte de las primeras plantillas de este centro a finales de los años 70. El elevado número de alumnado, debido a la creciente explosión demográfica del momento, hizo que muchos centros hicieran el desdoble de horarios para poder atender a la gran demanda de escolares. Existían dos turnos, uno de 9h a 14h y otro de 14h a 19h. Lo normal era que el profesorado más antiguo y de más edad eligiera la mañana y los nuevos y más jóvenes nos tocó trabajar en turno de tarde.
Cuando me estrené en el primer claustro como maestra de este colegio, el punto más importante del orden del día fue la petición de curso. El criterio para elegir era la antigüedad, criterio, que aún en estos días, sigue existiendo en muchos centros. Yo, lógicamente, era de las últimas en elegir, así que osada de mí y por mi falta de experiencia le dije al director que prefería la segunda etapa (6º, 7, 8º) Me miró , sin saber cómo hacerme ver, que yo por mi edad y por el aspecto que presentaba: trenzas , vaqueros y camiseta hippie, no era la maestra adecuada, puesto que el alumnado se me “subiría a la parra”.
Me dio un curso
cercano a mi petición. Me quedé con un quinto de E.G.B y en septiembre del 1977
empecé a disfrutar de mi profesión. El primer día de clase, ya me tomaron el
pulso para saber hasta dónde podían llegar. Pablo, el más decidido de todos, me
preguntó sin dudar, si me gustaban “Las
Cuatro Tetas”, calificativo que en el lenguaje nazareno (de Dos Hermanas)
se le daba al pueblo donde me encontraba. El éxito de la pregunta se hizo notar
y todos al unísono soltaron estridentes carcajadas que se oyeron por todo el
pasillo. A partir de aquí, supe que tenía que ganarme a Pablo y a toda su
legión de honor.
Los cursos eran de 30
a 40 alumnos, por lo que no era fácil atender las necesidades educativas de
cada uno para garantizar el éxito. El rendimiento del alumnado de tarde era
mucho menor que el de la mañana, junto con el calor en primavera y el frío húmedo
en invierno, la jornada se hacía interminable. Intenté ganarme a ese grupo, realizando
múltiples actividades que para ellos eran novedosas y que hacían mucho más
atractivo su aprendizaje.
El 15 de junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones en España
desde los años de la II República y en agosto de ese mismo año, yo aprobaba mis
oposiciones al cuerpo de maestros. Pocos meses después se percibió un cambio en todos los aspectos de la vida diaria, tanto en el
sistema educativo, como en la cultura y en la sociedad en general. El 4 de
diciembre, se producía la primera manifestación para reivindicar la Autonomía
de Andalucía y en abril de ese año se había legalizado también el Partido
Comunista en España. Hechos de gran relevancia en mi práctica docente, puesto que
ponía fin a la escuela franquista en la que yo me había educado de niña y que
asumí hasta cumplir los 21 años. Esa edad me permitió votar por primera vez, puesto
que era la edad mínima para poder ejercer el derecho al voto. Se acababa, por
fin, esa escuela que tenía un marcado carácter ideológico y religioso y que me
hizo rezar a diario el Ave María, el rosario los sábados y los lunes, no
faltaba la pregunta de rigor, sobre cuál era el color de la casulla del
sacerdote que había oficiado la misa el domingo anterior y comprobar así, si yo
había asistido a ella. La separación por sexos relegó a las niñas a una
educación machista, donde debíamos cursar materias propias del Hogar y que
tenían como objetivo formarnos para ejercer el rol propio de auténtica ama de
casa, sin aspiración a una educación superior, a la cultura o a un trabajo
remunerado.
La nueva democracia
me permitió poner en práctica nuevas metodologías basadas en las primeras innovaciones
educativas del momento. Existían ya en el centro, dos compañeros (Esperanza y
Rafael) que me mostraron una visión distinta de la educación. Ellos habían
iniciado en el colegio la pedagogía de Freinet. Se trataba de una enseñanza totalmente
democrática, abierta a la realidad del alumnado y con un trabajo cooperativo y
grupal en el aula, donde se debatían en Asambleas
temas de interés para el alumnado, se ponía en marcha la Correspondencia Escolar con otros centros y se plasmaban en el papel
el Dibujo Libre como actividad que
realizaban libremente, tanto dentro como fuera del aula, y nunca impuesto. La
expresión escrita se basaba preferentemente en los Textos Libres, donde no se imponía el tema de redacción, sino que
ellos mismos escribían según la necesidad que experimentaban en el momento, una
vez motivados para hacerlo. Estos textos
se imprimían en la imprenta de
fabricación casera (imprenta de Freinet) que yo hacía en
casa en un proceso largo y complicado de mezclar: gelatina, glicerina, azúcar y
agua. Cuando la mezcla se solidificaba se colocaba encima la imagen que se deseaba imprimir una vez
que se había hecho con papel de calcar. El dibujo quedaba plasmado en la mezcla
y sobre ella se podían obtener varias hojas impresas ( unas 20) de la misma
imagen. Así imprimíamos los textos libres y dibujos, y confeccionábamos la
revista escolar. Después surgieron las multicopistas que permitían una mayor
impresión de textos y hacerlo en el momento, pero la mayoría de las veces el
papel se atascaba o la máquina se quedaba sin tinta.
A todas estas
actividades se unía el teatro que se realizaba en la misma clase, con un
decorado improvisado de papeles pintados por todos y con una ambientación
grabada en cintas de cassettes con ruidos, músicas y sonidos obtenidos de
fuentes diversas.
Las excursiones al
campo se hacían fuera del recinto escolar, donde disponíamos de un extenso campo
que colindaba con el colegio, y que solo lo separa una valla metálica que
saltábamos para ponernos en contacto con árboles, pájaros y otros insectos que
vivían a su gusto en ese entorno natural. Ellos disfrutaban plenamente de esas
salidas porque les permitía liberarse de las letras y los números.
En esos años se mantenía el contacto con el alumnado las cinco horas que duraba la sesión escolar. No había profesorado especialista de Idioma, Educación Física, Música o Atención a la Diversidad. No existía equipo de Orientación, ni apoyos educativos. Asumíamos todas esas disciplinas dentro del horario escolar, sin disponer de medios y programándolas según te permitía el horario. La Religión se dejaba a criterio del profesorado según su cercanía al tema. En cuanto a la música, tengo que decir, que mi habilidad para tocar instrumentos musicales era nula, aunque no se me deba mal cantar, así que opté por enseñarles canciones del momento y el himno de Andalucía que empezaba a sonar en esos días.
La formación del profesorado era muy escasa,
no existían los centros de Recursos para formarnos y apenas podíamos
reciclarnos en nuestra práctica educativa.
De las ganas y de la ilusión que mantenía vivo nuestro trabajo diario
surgió la idea de nuestros compañeros Pedro Melara y Antonio Peña de compartir
experiencias educativas fuera del horario lectivo. Organizamos unos talleres en
los que cada uno, de forma voluntaria, explicaba alguna metodología, alguna
experiencia educativa o alguna actividad que le había dado resultado en el aula
y que podía servir para que los demás lo pusiéramos en marcha.
Fue en Dos Hermanas, en el colegio Valme
Coronada donde descubrí mi verdadera vocación. La motivación de mi trabajo
venía acompañada por el cariño que me demostraba a diario mi alumnado, y a
pesar de los años, aún tengo muestras de ello. El profesorado formó parte del
grupo de amigos y amigas que además de compartir el entusiasmo por nuestra
profesión, participábamos juntos en actividades de ocio y diversión. Las
familias me acompañaron en toda mi práctica docente, colaborando en todas las
actividades que demandaba su cooperación.
Veinte años después de
mi primer destino, el director del colegio, y gran amigo de esos días, Pedro
Romero, me propuso escribir un artículo para conmemorar el 25 aniversario de la
fundación del colegio.
En esa revista pude reflejar en pocas páginas
mi agradecimiento a todos los que compartieron mis primeros años como docente.
Ahora, cuando lo he vuelto a leer, han florecido de nuevo todas esas sensaciones
que han inspirado este artículo.
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