En Febrero 2022 Vladimir Putin, autoriza una operación militar para
invadir Ucrania con el objetivo de frenar los deseos de este país de unirse a
las filas de la OTAN, una organización política y militar internacional cuyo
objetivo es garantizar la seguridad de su estado. El intento de Ucrania por
terminar de romper sus lazos soviéticos y abrazar una mayor occidentalización
ha explotado en un conflicto armado a gran escala. El presidente ruso, Vladimir
Putin, anuncia en un discurso televisado en plena madrugada una "operación
militar especial" para desmilitarizar y desnazificar Ucrania. El Ejecutivo
ruso justifica la invasión del país vecino en el marco de una operación de
"defensa propia" para acabar con lo que se define como "una
amenaza para la soberanía del estado de Rusia y sus intereses", ya que a
ojos de Putin se está cometiendo un "genocidio" en la región del
Donbás —una región histórica ubicada al Este del país y que está controlada en
parte por rebeldes prorrusos— y se considera que las fuerzas ucranianas
"nunca perdonarán a los residentes de Crimea y Sebastopol por su libre
elección", es decir, por el hecho de votar a favor de su anexión a Rusia
en un referéndum en 2014 que para la comunidad internacional se consideró
ilegal. Así, se lanza un ataque a gran escala con bombardeos en ciudades como
la capital, Kiev, Járkov u Odesa.
El 24 de febrero, buena parte de la población ucraniana empieza a
movilizarse para salir del país por el conflicto armado y desplazarse a
naciones vecinas, como Polonia, Moldavia o Rumanía, entre otras.
(El Confidencia-24-02-22)
A las cuatro de la mañana,
en el silencio de la noche, se oyó el pitido del móvil avisando que había
entrado un mensaje. Supe al instante que, a esa hora, la información del otro
lado del teléfono solo podía venir de Ucrania. La guerra había empezado y la
negociación entre ambos países había terminado.
Los sollozos, los gritos de
Tania y el ruido de los bombardeos me alertaron de que ya habían comenzado la
huida del país para salvar sus vidas. Era el 24 de febrero, y Jarkov se
despertaba entre el ruido de armas y bombas cercanas que arrasaban todo lo que
encontraban a su paso.
Todas sus pertenencias
quedaron reducidas a lo que cabe en el maletero de un coche, seleccionando al
azar y deprisa qué sería lo más importante para un viaje de ida, sin saber a
dónde irían y cuándo volverían.
El pueblo de Tania, a 40km
de la frontera de Rusia, se vio invadido por treinta tanques rusos que se
preparaban para destruir el puente que les conduciría a la carretera general.
El pánico se apoderó de la población y la gente se refugiaba en el metro
cercano y en los sótanos de las casas, mientras otros iban en busca de los
últimos alimentos que quedaban en los comercios que aún permanecían abiertos.
La subida del pan no se hizo esperar y pasó de 18 grivnas a 108. La gasolina
empezó a escasear y sólo se permitía repostar con 20 litros por personas. Las
colas para salir del pueblo se hacían interminables.
A pesar de que Tania había
vivido con anterioridad las consecuencias de la guerra del 2014, y tuvo que
salir huyendo de Lugansk con su hija recién nacida, ahora no solo tenía a su
hija María de 7 años, sino que habían nacido dos hijos más, por lo que la huida
se hacía más complicada y peligrosa.
Cuando ella, sus tres hijos
y su marido consiguieron salir de Jarkov, aún no sabían cuál sería la frontera
que cruzarían para escapar de Ucrania. Todo dependía de que la carretera que
tomaran en ese momento no estuviera cortada y de que los bombardeos les
permitieran circular con cierta normalidad. Las opciones parecían estar claras
según la información que mantenían entre ellos a través de los chats y de las
redes sociales, o cruzaban por la frontera de Moldavia o por Polonia.
Se decidieron por la de
Moldavia porque las dificultades del momento aminoraron y los pueblos que se
encontraron por el camino aún no habían sido atacados. Mil kilómetros les
esperaba hasta llegar a esa frontera.
La primera parada la
hicieron a 200 km de Jarkov para poder descansar. Consiguieron algo de comida y
una casa. Allí compartieron habitación con otra familia y tres niños más.
Habían dejado atrás todo aquello que con tanto esfuerzo habían conseguido: una
casa, una familia, unos amigos y una abuela de 85 años que tendría que
subsistir sola con un poco de dinero y algunos víveres.
A las seis de la mañana
salieron hacia Moldavia. Esquivaban carreteras generales por el peligro de los
bombardeos, y se refugiaban en pueblos aislados para adquirir los alimentos
necesarios y continuar el camino. La mayoría de las veces, los comercios
mostraban sus estanterías vacías y conseguir pan o leche para los niños era, en
muchas ocasiones, una tarea bastante difícil. En algunos pueblos pudieron
obtener algún dinero de los pocos cajeros que seguían funcionando, gracias a
las aportaciones solidarias de nuestra familia y amistades y a través de la
wester Union se les enviaba algunos euros, y la recepción del dinero era
inmediata.
No siempre la comunicación
con ellos era posible debido a que la conexión con Internet se cortaba y se
quedaban sin cobertura. Llevaban varias baterías y en ocasiones cargaban en las
gasolineras de cada pueblo y con el gas de sustitución podían viajar bastantes
kilómetros. A pesar de ello, podían pasar varias horas sin tener comunicación.
Muchos pueblos habían
recorrido, llenos de peligros y emociones, hasta llegar a la zona fronteriza de
Moldavia. Allí se encontraron con enormes caravanas de coches, que al igual que
ellos, intentaban huir del país para escapar del peligro. Los controles del
ejército y de la aduana fronteriza ralentizaban la circulación de vehículos.
Decidieron buscar una casa cercana a la frontera para pasar la noche.
Allí los niños pudieron
descansar, recargar fuerzas y ánimos para cruzar hacia el país vecino. Eran las
12 de la noche cuando por fin finalizó un día intenso y cargado de miedos, tristezas
y preocupaciones.
(foto hecha desde el móvil)
27 de febrero. La
desolación.
Al amanecer llegaron a la
frontera de Moldavia, tras varias horas de caravana. El intento fue en vano. El
llanto de Tania tras el teléfono me confirmaba que la policía ucraniana les
había impedido el paso. El motivo era que sus dos hijos mayores, María y
Anatoli, no eran hijos de la pareja actual que les acompañaba en ese viaje y a
pesar de que llevaban el permiso del padre para salir del país, no les sirvió
de nada. La indignación, la frustración y el desánimo se apoderaron de ellos, y
más aún, cuando el policía les comentó que huir era de cobardes, que un buen
patriota debería quedarse para defender su país.
Una vez aceptada la dura
situación que les tocó vivir ese día, decidieron volver a la casa donde habían
pernoctado la noche anterior y descansar para analizar qué otras alternativas
tenían para salir del país.
28 de febrero. Cumpleaños de Tania.
Consiguieron acondicionar la
casa porque no sabían el tiempo que iban a pasar allí. Tenían cobertura y en el
pueblo cercano consiguieron un cajero que funcionaba. Compraron algunos
alimentos en tiendas próximas. Allí no bombardeaban y el pueblo parecía
tranquilo.
Intentaron buscar contactos
cercanos de policías aduaneras que fueran más flexibles en el control del paso
y que hicieran la vista gorda ante tantos inconvenientes. Una de las
alternativas que se barajaba era el soborno, aunque no se hablaba de la
cantidad que debían pagar.
La escasez de gasolina se
hacía cada vez más evidente, las gasolineras se quedaron sin reservas, por lo
que no se podían arriesgar a cruzar por la frontera de Polonia, hasta no cargar
el depósito. Tampoco podían alejarse demasiado de la casa donde se alojaban,
por temor a que se llevaran al marido de Tania a combatir. Estaban reclutando a
todos los hombres en edad de luchar. Tania
cumplió 28 años ese día. No
hubo tarta de cumpleaños, ni regalos, ni abrazos amigos. Habían perdido todo y
el mejor regalo que deseaba Tania era salvar su vida y la de su familia.
1, 2, 3, 4 de marzo. La espera
Los días transcurrieron
lentamente a la espera de decidir la frontera que les permitiera salir de
Ucrania. Permanecían en la casita y se abastecían de los pocos alimentos que
llegaban a las tiendas del pueblo. Se mantenían informados a través de los
distintos chats que daban alternativas para poder cruzar. El precio estimado
para garantizar la salida estaba entre mil y cinco mil dólares.
Mientras ellos luchaban por
salir de esa pesadilla, Europa se volcaba en apoyos y ayudas humanitarias que
no llegaban a su destino. Todos los países fronterizos a Ucrania habían
establecido redes para atender a todos los refugiados ucranianos que huían a
diario y que superaban el millón de personas. Se establecieron asentamientos,
hoteles con recursos humanos y materiales para atender a todas esas personas
que huían del horror de la guerra.
Empecé a contactar con
distintas ONG españolas que cruzaban por Polonia para sacar del país a mujeres
y niños. Muchos autobuses salían de distintos puntos de España con el fin de
colaborar en esa difícil misión. Se comentaba a través de los chats, del
peligro a que se exponían muchas mujeres al tratar de cruzar solas. Ya se
habían organizado grupos al otro lado de la frontera para la trata y
explotación sexual de mujeres a través de mafias muy organizadas, sin
importarles ni la edad, ni que estuvieran solas o acompañadas de sus hijos.
Salieron de la frontera de
Moldavia muy temprano para llegar ese mismo día a la frontera polaca. 400km
debían de recorrer hasta llegar al destino deseado. Por cada pueblo que pasaban
había un control aduanero que hacían un registro exhaustivo de documentación y
de todo lo que había en el coche. Si conseguían llegar a tiempo cruzarían esa
misma noche. La información que recibían sobre el buen acogimiento del pueblo
polaco les llenaba de esperanza. Se sabía que habían organizado asentamientos
con ropa, comida y medicinas. Se estaban habilitando hoteles y muchas familias
polacas acogían a los refugiados ucranianos que estaban llegando al país. La
idea era llegar a Lublin (Polonia) y esperar allí hasta saber cómo se llevaría
a cabo el traslado a España.
El cansancio les impidió
pasar ese día hacia Polonia. Una familia ucraniana se apiadó de ellos y les
alojaron en una habitación. Un grupo de voluntarios les proporcionaron mantas y
alimentos para el día siguiente.
6 de marzo: Nuevo intento de llegar a Lublin a 100km de la frontera polaca.
Esa zona ucraniana se
encontraba tranquila, aún los bombardeos no habían atacado a los pueblos
cercanos. Tenían previsto cruzar con el padre de los dos hijos mayores, el
exmarido de Tania, para que no le pusieran nuevamente más inconvenientes sobre
los papeles de paternidad de los mayores. Al parecer, esa frontera era más
permisiva y estaba más tranquila, a pesar de que Polonia era el país que estaba
acogiendo mayor número de refugiados. La frontera de Dorohusk se encontraba
colapsada cuando ellos llegaron a escasos metros. Cientos de coches y autobuses
esperaban en grandes caravanas con el fin de escapar de los bombardeos
cercanos. Más de 350.000 ucranianos se dirigían hacia ese pueblo fronterizo de
500 habitantes. En esa frontera varios puestos de ayuda humanitaria atendían a
los refugiados con artículos de primera necesidad.
Mientras ellos intentaban
llegar a la frontera, nosotros desde España hacíamos las gestiones necesarias
para traerlos desde Polonia hasta Ceuta, donde les esperábamos con una gran
preocupación. Desde distintos lugares de nuestro país, se habían organizado
caravanas solidarias de empresas, sindicatos, particulares, partidos políticos
y ONG para recoger a los refugiados en las distintas fronteras ucranianas.
Pasábamos horas buscando información de las caravanas y de los lugares donde se
encontraban para que pudieran socorrer a Tania y a su familia. una vez que
hubieran salido de su país.
El primer intento de pasar
fue a pie, ella, su exmarido y los tres niños. Al llegar a la frontera el
policía les impidió la salida diciéndoles que solo podían pasar las mujeres y
los niños. Volvieron de nuevo al lugar donde habían dejado el coche e hicieron
un segundo intento de cruzar con el vehículo. Nuevamente le impidieron el paso
con el argumento de que los hombres debían quedarse en Ucrania para defender al
país.
Intentaron sobornar al policía
para que les facilitara a todos pasar. Esta opción tampoco fue factible y solo
les quedaba subirse a los autobuses que trasladaban a mujeres y niños hasta
Polonia o volverse de nuevo al lugar de origen.
Tania no tenía consuelo
cuando nos narró a través de un audio las negativas de poder salir todos juntos
y la pena y el miedo que sentía de dejar a su marido y cruzar ella sola, sin
saber qué le depararía el futuro. Había abandonado a toda su familia y todo lo
que con tanto esfuerzo había conseguido durante los últimos años.
Se habían establecidos
corredores para sacar a los ucranianos del país y nueve autobuses trasladaban a
mujeres y niños hacia Polonia. Tania se subió a uno de ellos. Las condiciones
de los autobuses eran desoladoras, iban a pie por falta de asientos para todos,
sin agua ni alimentos para pasar innumerables horas en ese infierno. Los niños
lloraban desconsoladamente por el cansancio acumulado, por el hambre y el sueño
de tantas horas de viaje. La esperanza de llegar a Lublin les mantenía con
fuerza y la información de que allí recibirían comida y cama, hacía más
llevadera la espera.
(foto hecha desde el móvil)
7 de marzo. Llegada a Lublin, la desilusión
Quince horas tardaron en
atravesar la frontera. Llegaron a la estación de tren de Lublin a la una de la
madrugada y se encontraron con una estación abarrotada de refugiados, en su
mayoría niños y mujeres, que dormían en el suelo apilados unos a otros para
resguardarse de las bajas temperaturas. Los voluntarios les atendieron con té
caliente y galletas para recuperar fuerza.
Se subieron a un tren por
falta de recursos para ser atendidos en esa ciudad, ya que no disponían de un
lugar para dormir y de alimentos para todos. El tren les llevaría a Varsovia y
allí podrían, por fin, descansar de tan largo viaje.
La llegada a Varsovia no fue
muy distinta de lo que se encontraron en Lublin. La estación estaba repleta de
personas en la búsqueda de un lugar para descansar.
Los voluntarios se desvivían
para atender a todas las mujeres y a sus hijos que mostraban el cansancio y la
fatiga de tantos días fuera de sus casas.
Tania llevaba dinero para
hospedarse en un hotel algunos días hasta buscar una solución para su salida de
Polonia, pero ni siquiera los hoteles disponían de plazas suficientes para
pernoctar esa noche. Después de una intensa búsqueda consiguieron una
habitación, gracias a la colaboración de una voluntaria que llamó a todos los
hoteles de la ciudad y los subió a un taxi.
La pesadilla del día había
terminado y pudieron comer, ducharse y descansar en una cama limpia, a la
espera de saber qué ocurriría al día siguiente.
Durmieron más de doce horas
y descansaron plácidamente en camas limpias y cómodas. El día amaneció soleado
y cargado de esperanza por un futuro más placentero. Disfrutaron de una ducha
caliente y desayunaron copiosamente. Ese día se pasearon por el hotel y sus
alrededores. El peligro había pasado. Mientras tanto, nosotros desde Ceuta,
hacíamos todo tipo de gestiones para ver cómo traerlos hasta nuestra ciudad. El
precio del hotel nos motivaba para acelerar la salida de Varsovia. Era el único
hotel con plazas libres, ya que costaba más de cien euros la noche y no todos
los ucranianos que habían huido se podían permitir ese pago.
Tras muchas gestiones
telefónicas pudimos saber que una caravana solidaria procedente de Barcelona
había entrado en Ucrania con varios autobuses y ayuda humanitaria para recoger
a refugiados y sacarlos de allí. Tardarían algunos días en llegar a Cracovia
(Sur de Polonia) y podrían recoger allí a Tania y a los niños para trasladarlos
a Barcelona.
9 de marzo. Una casa en Varsovia
En el hotel ya le avisaron
de que ese día pagarían cincuenta euros más por noche y que les irían subiendo
el precio cada día. Aprovecharse de las condiciones de vida de los que huyen de
la miseria de la guerra, es la otra cara que muestran los desaprensivos, pero
Tania tuvo suerte y también encontró el lado humanitario de la sociedad polaca.
Buscamos a través de Margarita, pediatra polaca residente en Ceuta, una alternativa
de alojamiento en la casa de una profesora que vivía en Varsovia y allí se
trasladaron con sus pocas pertenencias.
Tania me llamó emocionada
cuando vio entrar a sus hijos a la casa, e irse derechos a un dormitorio donde
se encontraba una caja repleta de juguetes de la niña polaca que allí habitaba.
Llevaban muchos días sin jugar y echando de menos su casa, sus juegos, sus
amigos y su vida en Ucrania.
Compartieron espacio,
alimentos y vida con Margot, la profesora polaca y con su hija de 8 años, que los
arropó con mucho cariño y les ayudó a desenvolverse en una ciudad desconocida y
con un idioma diferente.
Los desplazamientos en tren
y en autobús eran gratuitos para los refugiados. Margot los acompañó a recoger
ayuda humanitaria y a sacar el billete de tren que les llevaría al día
siguiente a Cracovia, a la espera de que la caravana los recogiera allí y los
trajera a nuestro lado.
A las diez de la mañana el
tren partió de Varsovia hacia Cracovia. Margot los dejó en el taxi y se
despidió con abrazos y todo lo necesario para cinco horas de viaje. Muchos
ucranianos se desplazaban, al igual que ellos, hacía la búsqueda de un lugar
donde fueran acogidos. Las mujeres y los niños compartían vagones, vivencias y
juegos.
El responsable de la
caravana le informó que seguían en la frontera ucraniana recogiendo a
refugiadas y a sus hijos y que no llegarían hasta el día siguiente. Le dieron
la dirección de un hotel donde se podrían hospedar esa noche y esperar hasta su
llegada. Llegaron al hotel con la reserva hecha y la habitación pagada, todo a
cargo de la expedición catalana. Allí esperaron hasta recibir información de
cuándo se haría el viaje hacia España.
Cuatro autobuses pequeños
llegaron por la noche. Tania los esperó con impaciencia para poder comunicarse
con ellos en su lengua adoptiva. Un equipo de voluntarios formados por médicos,
enfermeras, sicólogos y colaboradores ayudaban a las refugiadas a bajarse del
autobús y a instalarse en el hotel. Sus rostros reflejaban el cansancio, la
angustia y el miedo que habían sufrido durante todo el viaje y, sobre todo, la
incertidumbre de no saber cómo vivirían en el país de acogida, pero el saber
que ya estaban en un lugar seguro y con garantías de estabilidad, les devolvía
una sonrisa en sus demacrados rostros.
11 de marzo. En el autobús atravesando Europa.
A las siete de la mañana los
autobuses esperaban en la puerta del hotel para recogerlos a todos y partir
hacia Alemania, que sería el siguiente destino.
Casi 800 km tenían que
recorrer. Los conductores se intercambiaban para descansar y los voluntarios
hacían ameno el viaje para los más pequeños con juegos, canciones y diversas
actividades que hacían más agradable el camino.
A medida que se alejaban de
Ucrania los rostros de las madres se relajaban por el descanso, la alimentación
y la ilusión de encontrar un lugar más seguro para sus hijos, aunque a veces,
volviera la nostalgia de lo que habían dejado atrás. Los niños, ajenos a lo que
vivía su país, jugaban y reían divertidos chapurreando palabras en español.
Esa noche durmieron en
Alemania con la tranquilidad de estar rodeados de personas cercanas que les
llevarían a un lugar seguro.
La pequeña de Tania, Irina,
apenas dos años y medio, amaneció con fiebre. El médico que les acompañaba le
diagnostico agotamiento físico y falta de una alimentación adecuada, pero que
enseguida se recuperaría.
Se subieron al autobús
camino de Francia. El viaje lo harían sin pernoctar en ninguna ciudad francesa
para llegar directamente a Barcelona. Allí los recogería la familia de Almudena
Ariza, corresponsal de guerra en Ucrania y hermana de mi amiga Gely que
gestionó toda la intendencia del traslado y acogida de Tania desde Barcelona a
Los Barrios (Cádiz).
Al anochecer, llegaron a la
plaza de España en Barcelona. Allí fueron recibidos entre aplausos, lágrimas y
emociones contenidas por parte de familiares y amigos que esperaban
impacientemente abrazar a sus seres queridos. Otras, no tenían quiénes las
esperara, pero sabían que allí serían atendidas.
A Tania la llevaron a un
hotel cercano y allí pudieron descansar esa noche.
13 de marzo. Un tren hacia Madrid y de allí al destino final.
Al día siguiente partieron
hacia Madrid con billetes gratuitos y allí fueron recibidos por la familia de
Gely que les acompañó durante todo el día hasta la espera de conseguir otro
billete que les llevaría a Málaga. La tranquilidad de estar con personas
cercanas y conocidas ayudó a que la alegría volviera a estar de nuevo en el
rostro de Tania, y aunque la preocupación de la lejanía y el futuro de su
familia ucraniana seguía latente en sus pensamientos, ya, al menos, ellos
podrían descansar.
En el tren se encontraron
con niños que viajaban solos y la pena embargó de nuevo a Tania al pensar dónde
estarían sus padres y qué sería de ellos. Se estaban organizando los
acogimientos de menores por parte de organizaciones que se encargaban de
contabilizar el número de niños y niñas que se encontraban en España sin
familia. Muchos de ellos habían cruzado la frontera solos y con un número de
teléfono escrito en la mano para facilitar el contacto con sus padres.
Llegaron por la noche a
Málaga y allí les esperaba Gely para traerlos a Los Barrios. Mientras ellos
hacían ese recorrido, yo embarcaba en el Ferry hacia Algeciras para ir a su
encuentro y, por fin, poderlos abrazar.
A las doce de la noche de
ese mismo día y acompañada de una fina lluvia que se mezcló con las lágrimas de
emoción que sentimos, pude por fin abrazarlos y escuchar la vocecita de María, que
medio dormida abrió los ojos, para decirme: - “¡Hola babula!”.
Habían pasado diecisiete días
interminable desde que salieron de Jarkov. Comenzaba una nueva y difícil etapa
para todos ellos, pero sabían que el cariño de su familia y amigos les ayudaría
a superar todos los obstáculos futuros.
AGRADECIMIENTOS.
-A mi familia.
-A la caravana catalana que
los trajo desde Cracovia hasta Barcelona.
-A mis amigos y amigas de
Ceuta, Los Barrios, Dos Hermanas, Algeciras, Medina Sidonia, Casares,
Fuengirola…
-A mis antiguos
compañeros/as del colegio Vicente Aleixandre.
-Al CEA Miguel Hernández
-A Margarita, pediatra
polaca de Ceuta.
-A Margot, profesora polaca.
-A la familia de Gely Ariza.
-A las antiguas madres de
acogida de menores ucranianos de Ceuta y Andalucía.
-A la asociación de Ceuta
Tejiendo con Corazón
-Al periodista Gonzalo Testa
-Al pueblo polaco
Y a todas aquellas personas
que con sus aportaciones económicas y muestras de apoyo y solidaridad, hicieron
posible que Tania y sus hijos estén ahora a salvo de una guerra y en un ambiente
seguro y repleto de afectividad.