FEMENINA O/ Y
FEMINISTA.
Simone de Beauvoir : No se nace mujer, se llega a serlo.
La primera vez que
percibí que se me discriminaba por ser niña, fue cuando mi madre me obligaba a
hacer algunas tareas de la casa y a mi hermano no, a pesar de que ambos
estudiábamos en el instituto. Lógicamente, no sabía ni lo que era
discriminación, ni lo que era la igualdad de género, sólo notaba que el reparto
de las tareas no estaba muy equilibrado, y eso me enfurecía.
A medida que pasaron
los años, esas percepciones se convirtieron en hechos consumados, tales
como: la hora de llegar a casa, la forma
de vestir, la diferencia “salarial” de la propina de los domingos y ya el colmo
fue cuando me dijeron al terminar el instituto que mi hermano era el que tenía
que estudiar y que yo me podía quedar en casa ayudando a mi madre. Por supuesto
que me negué con un rotundo NO ante tal sugerencia, y aterricé en la Escuela de
Magisterio, por ser la única opción que teníamos en esos momentos. Allí ya sí
que tuve ocasión de comprobar que la sociedad y las leyes de educación no nos
trataban por igual, pero aún no había llegado el momento de poner en evidencia
estas situaciones, ya que ni siquiera, en la mayoría de los casos, yo era muy
consciente de que existían.
Vivir en una
situación en que todo eso era normal, y todos los que están a tu alrededor lo
ven como normal, es vivir en la normalidad absoluta, asumiendo todas las discriminaciones que existan en ese
momento, y por lo tanto, supone que no hay que cambiar nada de lo que ya
existe, porque así está todo muy bien. Eso me repetía a veces mi madre cuando
yo le recriminaba alguna decisión que a mí no me parecía justa, ella siempre me
respondía que “ toda la vida había sido
así, y que no iba a venir yo a cambiarla ahora.” No hay nada peor que ver
todo como normal, porque entonces no se producen los cambios.
Esos cambios se
fueron produciendo poco a poco, pero pasaron muchos años antes de darnos cuenta
de que esos piropos que recibíamos por la calle y que la mayoría de las veces
eran groseros y ordinarios y te hacían sonrojar en medio de la vía pública,
eran una intrusión a la intimidad de la mujer. Tardamos mucho en saber que no
nos correspondía exclusivamente el cuidado de nuestros hijos, atender todas las
necesidades domésticas de nuestra casa y compaginarla con el trabajo que
hacíamos fuera de ella. Descubrimos muy
tarde que estábamos en pleno derecho a decidir cuándo y cómo queríamos
disfrutar de una sexualidad plena, que podíamos también negarnos y si nos
forzaban a hacerlo, se trataba de una violación, aunque fuera el hombre al que
le habíamos jurado amor eterno. Tardamos en saber que había mujeres que
ejerciendo el mismo trabajo que los hombres, recibían un sueldo inferior a
ellos, aunque eso era normal, ya se empezaba a luchar para cambiar esa
normalidad. Muchos años tuvieron que pasar para no ver normalidad en el hecho
de que un hombre maltratara a su mujer, hasta llevarla incluso a la muerte,
dejando de ser una cuestión privada para pasar a una cuestión pública. Pasaron
muchos años, antes de despenalizar el adulterio de la mujer, ya que hasta el
año 1978 la mujer casada cometía adulterio por yacer una vez con una
persona que no fuera su marido. El marido no lo cometía por yacer una o muchas
veces con mujeres que no fueran su esposa, por lo tanto, un hombre nunca podía
ser acusado de adulterio aunque llevara una vida escandalosa. Negar el derecho
al voto a la mujer por no considerarla capacitada para ello era lo usual hasta el
19 de noviembre de 1933 que fue la primera vez que las mujeres españolas
votaron, y concurrieron en las mismas condiciones de igualdad ante las urnas
que los hombres, tras la aprobación de la Constitución de la Segunda República. Hasta la llegada de la democracia en
España la mujer no tuvo una representación significativa en los órganos de
dirección y poderes públicos, sólo formaba parte del ámbito privado o
doméstico. El porcentaje, de las mujeres
en la vida política, cultural o social era mínimo. En la primera
Legislatura Constituyente (1977-1979)
solo hubo 21 diputadas (el 6% del total)
y hasta la XIII legislatura que se inicia en 2019
de los 350 diputados, 164 son mujeres.
Leyendo el libro de
Chimamamanda Ngozi “Todos deberíamos ser feministas” me llamó la atención
cuando ella cuenta que su mejor amigo de la infancia le llama feminista, ella se dio cuenta que no era
un cumplido por el tono en que se lo dijo, ya que no conocía el significado de
dicha palabra. En otras ocasiones le aconsejaron que no se presentara como
feminista, porque las feministas son mujeres infelices. El verdadero
significado de feminismo es:
pensamiento político que mantiene que ningún ser humano debe ser privado de
ningún bien o derecho a causa de su sexo y exige iguales libertades y derechos
para las mujeres que para los hombres. Se supone que todas las mujeres
deben querer tener los mismos derechos que los hombres, y que hay hombres que
comulgan también con esta ideología para conseguir una sociedad más equilibrada
y justa. Entonces no se entiende por qué hay muchas mujeres y muchos más
hombres que critican, rechazan y condenan cualquier actitud feminista. Se
entendería más en el caso de los hombres y muchos menos en el de las mujeres.
Cuando allá por el
año 1994, comenzó mi trayectoria en la lucha por la igualdad, hombres y mujeres
cercanos a mi profesión y a mi edad, no compartían esta lucha, e incluso se
atrevían a decirme que no tenía el perfil de una feminista porque yo parecía
ser muy femenina, me arreglaba, me depilaba las piernas, y no era desagradable
a la vista. Hace poco, un compañero al oírme hablar de fútbol, se quedó
extrañado y me comentó que no era normal que una feminista hablara de fútbol.
El perfil que muchos de ellos atribuyen a una feminista, es la de amargada,
separada, frustrada, solterona, con vellos en las piernas y en las axilas, con
estilo masculino y poco aseada. La falta de formación e información en este
tema lleva a muchas mujeres y hombres a darle un sentido peyorativo a este
término. Los hombres, en general, le dan un uso indebido porque no les interesa
perder aquellos privilegios que poseen y que la sociedad les ha dado desde sus
inicios, de ahí que le den a este término un significado negativo. Incluso en
la actualidad, a la palabra se le ha añadido el término de nazi, formándose el
acrónimo de 'feminazi y se utiliza con intención despectiva con el sentido de
'feminista radicalizada', utilizado sobre todo por la ultraderecha. En cambio, las
mujeres que nos rechazan lo hacen en muchos casos, porque han sido educadas
para seguir repitiendo los mismos roles que sus progenitoras, y no tienen otros
modelos de mujeres que las saquen de esa normalidad
en la que viven ellas y sus antecesoras. Otras en cambio, no aceptan ser
feminista, no porque no crean en que hombres y mujeres seamos iguales en
derecho, sino porque no necesitan ser iguales, ya que gozan de todos los privilegios
que desean por encontrarse en una buena situación económica y social que no les
priva de nada, y por supuesto no les interesa pensar en las demás, puesto que
ya disfrutan de los derechos por los que han luchado nuestras predecesoras.
Otra cuestión sobre
este tema es que en muchos casos, se vende el concepto que las feministas son
machistas porque quieren hacer con el hombre lo mismo que los machistas hacen
con las mujeres, es decir, quieren la supremacía de la mujer por encima del hombre.
Este significado es otra connotación errónea que se le da a este término para
desprestigiarlo, ganando así detractores y que abanderan todos los
antifeministas por falta de formación. Este término no se llama feminismo, se
llama hembrismo (desprecio a los hombres).
Posicionarte a favor del
feminismo es defender todos aquellos derechos que ahora tenemos las mujeres,
gracias a la lucha de muchas otras. Continuar en esta lucha es nuestra
obligación, sobre todo por todas aquellas mujeres que aún no gozan de estos
derechos por vivir en países en que la cultura, la religión, la política, la
sociedad…las priva de estos beneficios y porque aún en
aquellos países en los que la ley nos ampara, los derechos de la mujer no
llegan a ser derechos reales, sólo derechos legales.
Cualquier persona, hombre o mujer, que crea que debemos
tener todos los mismos derechos, es una persona feminista, porque en la
actualidad gracias a esas Mujeres que hace tiempo lucharon por ellas, y por todas
nosotras, gozamos ahora de unos derechos que han contribuido a acortar la
discriminación que ha sufrido la mujer durante muchos años.