La educación es la única arma para combatir las injusticias, las desigualdades y la discriminación

domingo, 16 de noviembre de 2025

 

VILLA JOVITA, MI ANTIGUO BARRIO.




Mi madre siempre me contaba que yo cumplí los cuatro años en la casa nueva de Villa Jovita. Nos mudamos un 18 de julio, un poco antes de mi cumpleaños y fiesta nacional en España. Era día de gira playera, como se decía entonces. Ese año no pudimos ir a pasar el día a la playa del Bar Asturias, donde íbamos todos los años cargados de sábanas que hacían de sombrajo. La sandía, la casera y el vino tinto no podían faltar, y se enfriaban entre las piedras de la orilla del mar, aunque a veces, las olas de levante se llevaba la sandía mar a dentro y había que cogerla ya destrozada y con sabor a sal. Ese día tocó mudanza, pero también lo celebramos entre cajas, maletas y bultos que se apilaban en ese gran patio que sería nuestro lugar de diversión, de descanso y de celebraciones durante más de cincuenta años.

La casa nueva supuso para toda mi familia, un verdadero palacio comparada con la pequeña casa alquilada de terrones. Disponíamos de más habitaciones, tenía también dos patios, uno muy grande,y otro pequeño, una gran azotea desde donde se divisaba parte de las Murallas Merinidas y parte de la montaña de García Aldave. Allí también hicieron mis hermanos algunos guateques para festejar cumpleaños, tomábamos el sol en verano y espiábamos el vecindario en momentos de hastío

Villa Jovita era un barrio tranquilo y pequeño, con casas de planta baja, la mayoría con azotea y patio. Lo formaba tres calles paralelas y otras perpendiculares ,que desembocaban en un gran llano, ubicado ahora el Instituto Almina, allí sobresalían dos grandes lomas en el centro, sin apenas vegetación, y a la izquierda, se situaban las Murallas que separaba nuestro barrio con el Mixto. A la otro lado, se extendía la huerta de José donde se encontraba el arroyo de Bacalao que limitaba con la barriada de Varela. El llano servía de lugar de encuentros y juegos entre niños del mixto y Villa Jovita y allí se desarrollaban las disputas pandilleras de ambos barrios, para definir territorios y liderazgos-



No era difícil hacer amigas en mi barrio porque las puertas de las casas solían tener una cuerda que se unía al pestillo y sólo con tirar de ella ya podíamos entrar sin dificultad. Esto facilitaba que todos los niños y niñas estuvieran siempre jugando en los portales, en las aceras o en la calle. No había que llamar a ninguna puerta, ni pedir llave a nuestros padres, el acceso a la casa estaba asegurado. No sé si en esa época no robaban tanto, o es que se tenia la seguridad y confianza que sólo los miembros de la familia osarían a tirar de la cuerda para entrar.

Apenas había coches en mi barrio que impidieran jugar al rescate, al escondite, a las cuatro esquinas, a la comba, al piso, al balón tiro, o tirarnos en bicicleta o patines desde el principio al final de la calle principal, con el único peligro de sollarnos la piel al caer en el duro cemento del suelo. En esa calle se mezclaban las pandillas sin edades y se organizaban los juegos encabezados por los líderes, mientras se oía de fondo la música de los Beatles que salía de casa de Miguel Ángel ,Milán, como le llamábamos, que era el único que disponía de una enorme colección de música de los grupos más internacionales. Él nunca participaba en nuestros juegos, hacía experimentos en su casa, pero dejaba la ventana abierta para compartir con nosotros sus extrañas aficiones. Esto ocurría al salir del colegio, entonces la calle se convertía en el lugar de encuentro de los grupos del barrio. Se formaban por edades , y allí estaban los mayores que se aislaban en otra esquina para escuchar a los Bravos, fórmula V o a los cantantes del momento, en un tocadisco portátil que se llevaba de una calle a otra. El sonido de la música hacía vibrar los corazones e incitaba a los primeros besos y caricias. Nosotras, las más pequeñas, en otras aceras ,colocábamos algunos objetos en desusos para formar una tienda y vender todo a una gorda o a un perra chica. Los intercambios de cromos, de estampas de Marisol , los puestos de TBO o jugar con las mariquitinas eran otras de nuestras diversiones diarias, pero a mí lo que más me gustaba era jugar a las peluquerías. Nos poníamos en la acera, frente a mi casa ,y cada una de nosotras aportaba lo que podía rapiñar de su propia vivienda. Los peines, cepillos, rulos, colonia y botes de agua formaban nuestra peluquería, y los más pequeños eran los clientes a los que nuevamente les cobrábamos alguna moneda. A mi madre no le gustaba que yo jugara a la peluquería porque decía que había muchos piojos en el barrio y que ese juego propiciaba el contagio entre nosotras. Razón tenía de sobra porque en más de una ocasión los piojos inundaron mi rubia melena y la de mis hermanos, y a falta de remedio farmacéutico, mi madre preparaba un mejunje formado por alcohol y los huesos de chirimoya, que después de dejar macerar una semana, colaba y embadurnaba nuestra cabeza. Estoy segura que los piojos morían al instante porque el picor y el escozor que yo sentía hacía presagiar que allí ya no existían bichos vivientes.

Sólo una televisión había en mi barrio, el nuevo aparato que estaba causando furor en los sesenta no estaba al alcance de la mayoría de las familias que eran de clase obrera, se contentaban con escuchar la radio y entretenerse con las noticias o con las radionovelas. Recuerdo las tardes , a la salida del colegio, cuando llegaba a mi casa , la primera imagen al abrir la puerta era la de mi madre sentada cosiendo con la máquina Sigma y de fondo el sonido de las voces de la eterna novela Yo amo a un Canalla de Guillermo Gautier Casaseca y los diálogos apasionados de Pedro Pablo Ayuso y Matilde Conesa, que se interrumpían solo cuando el anuncio del Colacao hacía su aparición y era, entonces , el momento en que mi madre me permitía hablar para pedirle permiso y salir a la calle, entonces disfrutaba de mis juegos, una vez que la merienda rutinaria, formada por el pan con el chocolate Maruja había sido ingerido en su presencia.



A la llegada de invierno la calle se impregnaba con el olor de los braseros de picón que la abuela de Carmen Mancilla ponía en la acera para preparar el calor de la casa y ese olor se mezclaba con el de los roscos y pestiños navideños . El frío nos espantaba de la calle y nos refugiábamos en la casa de Isabelita la de Asencio porque era la única que tenía televisor en el barrio, no sé si era la familia más pudiente de todos o la más ahorradora, teniendo en cuenta que nos cobraba dos reales la entrada para poder disfrutar los sábados de la serie de Bonanza o la de Viaje al Fondo del Mar, donde el almirante Nelson nos tenía en vilo toda la tarde del sábado. Era obligatorio llevar los bancos e Isabelita nos colocaba muy ordenadamente por estatura, los bajitos y pequeños delante y los altos y grandes detrás. Para acompañar la sesión nos vendía también en verano, polos de fabricación casera, igual era la única que contaba con una nevera. En invierno comprábamos los garbanzos tostados y pipas de calabaza que vendía la madre de Nieves Viaga, en un pequeño habitáculo de su casa y nos los servía en cucuruchos de papel de estraza. Las tardes de los sábados eran divertidas y compartíamos el mismo espacio sin distinción de edad ni de aficiones cinematográficas, solo cuando aparecían los dos rombos en la pantalla ya sabíamos que nuestra sesión de cine había terminado y había que volver a casa.

La calle y la televisión no eran nuestros únicos entretenimientos. Estaba la huerta de José, el padre de mi amiga Antoñita. Los terrenos de esa huerta eran de la señora Jovita, pero José se encargaba de cuidarlos y de vigilarlos, de ahí el nombre que le dábamos a la huerta al referirnos a ella. Era un verdadero paraíso para nuestros juegos al aire libre. Frondosos árboles de naranjas, limones, higueras y vegetación variada poblaban el terreno junto con un arroyo de aguas cristalinas donde habitaban las ranas y los renacuajos. Allí jugábamos a los campamentos de indios y americanos y siempre Mariquita, que era la mayor, ejercía de jefa de la tribu. Hacíamos colchones de vinagretas después de darnos un atracón por chupar sus tallos que en ocasiones nos daban grandes dolores de tripa. Pescar ranas y sus crías y meterlas en un tarro se convertía en una gran distracción porque ganaba la que más bichos capturaba. Algunas veces se oía una voz de alarma gritando que venía José y había que desaparecer. Era su propia hija, la primera en salir huyendo para no ser descubierta por su padre, y en esas ocasiones para asegurarse de que no había sido identificada entre todas nosotras, se venía a mi casa y se cambiaba de ropa. No sé si el padre la descubrió alguna vez, o se hacía el olvidadizo para no castigarla.

La iglesia de San Juan de Dios también formó parte de nuestras vidas, durante toda nuestra infancia y adolescencia. Fue el lugar de encuentros, de amores y de amigos. Allí se organizaban los bailes, representábamos las obras de teatro y los belenes vivientes organizados por mi hermano . Cantábamos en el coro y salíamos de excursión al campo o a la playa de Calamocarro. El cura don José Béjar y don Antonio se encargaban de fiscalizar y controlar si el contacto en el baile se excedía o si la música inducía a algo más que al baile. La parroquia unió a los niños de los barrios cercanos y allí entre rezos, misas, ejercicios espirituales y bailes despertamos a la vida y al amor. Algunos de nosotros iniciaron sus primeras relaciones de pareja, que en algunos casos, aún perduran.



La llegada del verano olía a volaores y a algodón de feria y despertaban nuestros sentidos a toda la magia que nos ofrecía la nueva estación. Disfrutar de las mañanas de playa nos invitaba a contactar con nuevas pandillas, que bajaban a la playa Benítez para tumbarse en la arena y sumergirse en las frías aguas del mar. Algunas de nosotras no contaban con el permiso materno de bañarse al finalizar el colegio, porque había madres más piadosas que otras, que decían que hasta que la Virgen del Carmen no bendijera las aguas, corríamos el peligro de ahogarnos. Con la toalla al hombro y el peine bajábamos a la playa todas las mañanas y en ocasiones, llevábamos la cámara de un neumático que hacía más de juego que de flotador dentro del agua. Nadábamos hasta una gran roca, ya desaparecida por el espigón de San Pablo, que llamábamos la Isla, pero la proeza más dificultosa era llegar buceando a las Mellizas, dos rocas que por su cercanía y similitud, bautizamos con ese nombre. No existían bronceadores, ni sombrillas, ni sillas plegables, solo las piedras y los cristales de colores que nos servían de colchón. Entre juegos , risas y baños pasábamos la mañana. Volvíamos a las dos a casa con la piel quemaba por el contacto del sol y la sal, y con los pies manchados de alquitrán.

Hasta los 21 años viví en mi barrio, el lugar donde aprendí el valor de la amistad, donde hice amigas que aún perduran, donde desperté a la vida y al amor. Cuando abandoné mi barrio, no supe entonces, que muchos años después, el destino me llevaría de nuevo a la casa de mi infancia y juventud. Descubrí que el paso del tiempo había destruido muchas de esas antiguas viviendas y se habían convertido en altos edificios, los coches invadían calles y aceras, y la mayoría de nuestros mayores habían desaparecido. Ya no había niños jugando en las aceras, ni existía la huerta de José y el ruido de las televisiones envolvía el ambiente, ya mi barrio no olía a pestiños navideños, a dulce garrapiñada o a garbanzos tostados. Mi barrio olía a nostalgia del tiempo pasado.

las niñas de villa jovita en el club yeyé

Reme Acosta, Mariceli Sánchez, Isa Acosta,

Antoñita Medina, Carmencita Sánchez, ,Pepita Fernández

 MCarmen Alcántara, Mariló Cantero, Maribel Lorente, 

Pepita Villada




viernes, 4 de julio de 2025

 48 AÑOS EN LA VIDA DE UNA MAESTRA.1977-2025

Este es el año de mi jubilación , después de 48 años trabajando como maestra, he llegado al final del camino. Son muchos los colegios donde ejercí, muchos los alumnos y alumnas que traté y muchas las experiencias que viví. Estas vivencias aportaron a mi vida momentos mágicos y placenteros. Escribí estos recuerdos para plasmar en unas líneas algunos de esos momentos y para no olvidar nunca todo lo que esta profesión me ofreció.





Resumir 48 años de mi vida, como maestra, en algunas líneas, va a ser difícil, pero comenzaré por el principio.

Nunca pensé que por una casualidad de la vida, yo llegaría a ser maestra, pero maestra de verdad, en todo el sentido de la palabra y además durante 48 años. Yo quería ser enfermera pero el día que me iba a examinar para ingresar en la Escuela de enfermería de Málaga, amanecí con vómitos y mis planes se frustraron , así que decidí, mejor dicho, decidió mi padre que yo tenía que hacer magisterio como mi hermano,  y así me quedaría en Ceuta y se evitarían gastos. 

Terminé la carrera en el año 1976, un año después de la muerte de Franco, así que tenía esperanza de ser, en un futuro , una maestra con más libertad pedagógica de la que había vivido como alumna. Me especialicé en Lengua Castellana y Filología francesa. No supe en ese momento, que esa especialidad de francés me facilitaría, con el tiempo, acceder a las plazas del exterior para dar clase en otro país y disfrutar de uno de los mejores momentos de mi vida profesional.




Aprobé las oposiciones un año después, en 1977. Hice los exámenes de oposición en Sevilla porque en Ceuta no se convocaron plazas. Aprobé a la primera y con 22 años, recién cumplidos, tenía mi primer destino provisional, como funcionaria, en el Colegio Valme Coronada de Dos Hermanas, a 17 km de Sevilla. Allí me estrené como maestra y fue allí , donde descubrí el disfrute de mi profesión. Comprobé que había acertado, y que el ser maestra era mi verdadera vocación, vocación que me acompañaría hasta mi jubilación .Tuve un quinto de primaria formado por 35 alumnos que despertaron en mí la ilusión por enseñar y por darle además de conocimientos, cariño y dedicación a sus deseos. Allí comencé con mis primeras obras de teatro, salidas extraescolares,  viajes de estudio y tantas otras actividades extraescolares y complementarias que me llenaron de satisfacción y me acercaron a un alumnado carente de actividades fuera del aula

Me dieron la plaza definitiva dos años después en 1980, en el pueblo minero de Aznalcóllar. En el mes de agosto visité ese pueblo perdido entre Sevilla y Huelva. Me recordó los pueblos vacíos de las películas del oeste porque un sol de justicia espantaba a sus habitantes y los hacía dormitar entre las pequeñas casas de la única calle que tenía el pueblo. Sólo tenía un centro de infantil  y primaria, C.P. Las Erillas,  con jornada partida de mañana y tarde. Me tocó, lógicamente , la tarde, un tercero, lo que nadie quería, por ser la última y la más joven del claustro .Recuerdo poco de ese segundo destino, sólo el cariño de mis compañeros  que me arroparon mucho en un embarazo de mellizos con riesgo de aborto, por lo que estuve más tiempo de baja que en activo.

En 1982 volví a pedir un nuevo traslado, y por supuesto,  tenía claro que volvería al pueblo que me acogió por primera vez y donde pasé momentos inolvidables. Dos Hermanas fue mi siguiente destino y allí trabajé en el mismo colegio, Valme Coronada, con adolescentes de sexto, séptimo y octavo, que no estaban muy alejados de mi edad y por lo tanto fue muy fácil conectar con sus gustos e intereses. La jornada laboral era de mañana y tarde, por lo que tenía la sensación de estar todo el día en el colegio envuelta en actividades escolares Disfruté de mis adolescentes compartiendo con ellos parte de sus intereses y preocupaciones,  y por primera vez, pude dar la asignatura que más me gustaba , la de Lengua y Literatura. Me realicé plenamente explicando a los escritores que admiraba, leyendo sus poesías y representando sus obras de teatro. El gran descubrimiento de esta época fue que a pesar de que ya era madre de mellizos, nunca me pesó ir al colegio, aunque el cansancio y el trabajo me desbordaban, descubrí que era, precisamente la escuela el lugar donde podía desconectar de mi papel de madre y de mis tareas domésticas y que allí, volvía a ser yo misma, la maestra que disfrutaba entre chiquillos, en el aula con olor a goma, a lápiz y a tiza. Aún, a pesar de los años, sigo manteniendo contacto con algunos de esos alumnos con los que compartí tantas vivencias y que con el tiempo se convirtieron en mis amigos.



La añoranza por mi tierra natal  hizo plantearme un nuevo cambio profesional. Quería volver a Ceuta, el lugar donde nací, donde había estudiado mi carrera y donde se encontraba mi familia. Era difícil obtener allí una plaza porque era una ciudad muy demandada, no sólo por los propios residentes, sino también por los penínsulares. Era un ciudad muy golosa por la diferencia de sueldo con respecto a la península. En 1985 concursé de nuevo, y cansada de solicitar plaza en Ceuta sin éxito, opté por acercarme a mi tierra y pedí Los Barrios, pueblo a pocos kilómetros de Algeciras y muy cercano a Ceuta.Me costó dejar mi querida Dos Hermanas, a mis alumnos,a  las familias, compañeros y amigos pero pronto me adapté al nuevo colegio, Maestro Juan González. Era un centro grande con tres líneas y jornada de manaña y tarde. Más de la mitad del claustro era de Ceuta  y la mayoría conocidos de mi promoción o de otras cercanas a la mía.Allí me encontré como en casa. Me dieron una vivienda de maestros que se separaba del colegio por un muro, por lo que mi vida transcurría entre la escuela y la casa en la que mis vecinos eran mis propios compañeros de clase. Nuevamente fui la más joven del centro, por lo que me tocó hacer de secretaria y me dieron el curso que nadie quería, el de los repetidores conflictivos .Le llamaban Curso del Certificado porque de allí, tras varios cursos repitiendo hasta los 16 años, podrían obtener el certificado de estudios primarios. No me importó, trabajé con ellos y conseguí que algunos obtuvieran su título. Al año siguiente volvi a dar de nuevo la segunda etapa y Los Barrios me dio la oportunidad de conocer otra forma de trabajar, con tan sólo cuatro centros se realizaban semanalmente coordinaciones intercentros que me enriquecían compartiendo experiencias y metodologías. Participé en muchos cursos de formación por estar el Centro de Profesores muy cercano y compartí mis experiencias educativas con otros docentes. El colegio Juan González supuso para mí , innovación, compañerismo, nuevos proyectos y dedicación plena a mi trabajo como docente. Fueron muchas las actividades que realicé por primera vez con mi alumnado, entre ellas la celebración del Carnaval tan arraigada a la provincia de Cádiz, donde participaba todo el claustro  y las familias.Mis compañeros fueron además mis amigos, disfrutábamos juntos tanto en el centro como en la calle, compartiendo tiempo de ocio y de trabajo.





A pesar de sentirme plena profesionalmente, no dejé de pedir todos los años mi ciudad .Por fin conseguí mi destino deseado en Ceuta en 1991 en el colegio Vicente Aleixandre. Por primera vez en 14 años que llevaba ejerciendo, pude impartir el francés. El centro era pequeño y de una sola línea. Volví a impartir también clases de lengua  en la segunda etapa. Era mi primera experiencia con alumnado de culturas distintas compartiendo el mismo aula. A pesar de haber nacido y vivido allí, me encontré con una ciudad desconocida para mí , al menos en el ámbito educativo. 

La adaptación a mi ciudad fue muy difícil porque la forma de trabajar y las metodologías que se llevaban a cabo, estaban a años luz de las que yo había impartido en Los Barrios. La jornada intensiva de mañana favoreció que la tarde la pudiera ocupar en cursos de formación y en asistir a la Escuela de Idiomas para perfeccionar mi francés. Hice una nueva especialidad de infantil en la Escuela de Magisterio, especialidad que me sirvió años después  para obtener una plaza en Marruecos.






Tuve un paréntesis de tres años en el que mi labor docente se paralizó porque en 1995 me ofrecieron una liberación sindical en CCOO. Supongo que ese ofrecimiento surgió porque siempre fui a todas las huelgas y manifestaciones que se hacían en defensa de nuestros derechos y alguien se fijó en esa maestra nueva que estaba siempre en movidas reivindicando justicia. Estuve en CCOO tres cursos llevando la acción sindical y la Secretaria de la Mujer. El  sindicato, a pesar de no conocer nada sobre el, supuso un gran descubrimiento. Aprendí mucho en esos años y valoré el trabajo del sindicalista, tan mal considerado. Viajé y asistí  a muchos cursos de formación. Conocí cómo era la educación en el resto de  España y en los otros centros educativos de Ceuta y sobre todo, afiancé mis ideales al estar con compañeros que compartían conmigo los mismos planteamientos educativos, sociales y políticos. Aquí fue donde empezó mi lucha por defender los derechos de la mujer, ya que comenzaban en España las primeras reivindicaciones, manifestaciones y actos para visibilizar el papel de la mujer en una, todavía, joven democracia .Fueron en estos años cuando aprendí a  hablar en público en asambleas, donde organicé cursos de formación para docentes y donde participé como ponente en jornadas con total convencimiento de la necesidad del cambio que había que llevar a cabo a nivel educativo y social en una España
 que no paraba de aprobar leyes educativas según el partido que gobernara.







En el año 1998, después de tres años de intensa actividad sindical, decidí volver al aula. Me examiné en Madrid de las plazas que se ofertaban para el exterior y aprobé. Conseguí una plaza en el colegio Jacinto Benavente de Tetuán por la especialidad de Educación Infantil. Fueron seis años de intensa actividad en esos niveles . Me estrené  en esa difícil etapa y descubrí, con gran sorpresa, que era la  más difícil por la que había pasado, pero a la vez , la que más satisfacciones me proporcionó. Trabajar con alumnado de tres a seis años, era una novedad para mí, y con la dificultad de que no hablaban mi idioma. El período de adaptación de tres años se hacía eterno por el llanto desconsolado de un alumnado que no se podía comunicar conmigo y que nunca antes había asistido a guarderías, ni se habían separado jamás de su entorno familiar. Disfruté de esos seis años, realizando con ellos múltiples actividades para el acercamiento de la lengua y la cultura española. El interés de las familias, el respeto y reconocimiento a la labor docente ayudaron a mi adaptación a otro país. Fueron años difíciles porque el horario era de mañana y tarde, sin apenas tiempo para descansar a mediodía. A mitad de semana volvía a Ceuta, haciendo un recorrido de 40 kilómetros de ida y vuelta y con una frontera donde las colas eran interminables, pero solo recuerdo los besos y abrazos de mis pequeños a la entradas y salida del colegio , que me compensaban de tantas dificultades.





Después de ejercer seis años en Marruecos, se terminaba nuestra adscripción en el exterior y era obligatorio concursar de nuevo. Volví a Ceuta y quise probar en otros niveles de la enseñanza, ya que la agotadora actividad en infantil me había dejado exhausta y necesitaba un cambio. Solicité una plaza en un centro de adultos y tuve la suerte de conseguirla.

En el 2004 mi nuevo destino fue el Centro de Adultos Miguel Hernández en horario de tarde y noche. Lo que en un principio, el horario pudo ser un inconveniente, cuando fueron pasando los días,  me proporcionó la ventaja de disfrutar de las mañanas libres, ventaja que nunca había tenido en muchos años. Me propusieron dar, como novedad en el centro, el Español para Extranjeros, debido a mi experiencia en la enseñanza de esta materia en Marruecos. Enseñar el español a personas adultas me proporcionó una nueva experiencia, que no suponía grandes esfuerzos, por ser personas que venían a aprender de  forma voluntaria y con un gran interés. No había esos recreos bulliciosos y agotadores, no había padres y madres demandando una continua información y había una gran flexibilidad de horarios, un agradecimiento diario a mi trabajo y una afectividad desmesurada ante cualquier esfuerzo que hacía para que aprendieran. Además de enseñar el español, debía de alfabetizar porque , en su mayoría, se trataba de mujeres musulmanas analfabetas, que además de no comprender, ni hablar el español, no sabían ni leer ni escribir. Era algo parecido al trabajo que realicé en Tetuán , con la diferencia que el alumnado era una verdadera esponja que todo lo asimilaba y aprendía en poco  tiempo. En este caso, se trataba de mujeres que, en su mayoría, iban y venían a diario desde el norte de Marruecos para trabajar como empleadas de hogar. Tenían mucha  dificultad para aprender la lengua por la falta de estímulos externos. También había  mujeres de Ceuta, de las zonas periféricas que no habían salido del barrio o que abandonaron la escuela en edades tempranas.  La metodología y los recursos empleados para conseguir el objetivo deseado, eran muy distinto a los anteriores, así como el tiempo empleado. El ritmo de aprendizaje no era el mismo en cada alumna, por lo que había que impartir una enseñanza más individualizada. La necesidad de ofrecerles otra visión del entorno en el que vivían y el de ofrecerles modelos distintos de los  que tenían en su vida diaria, me motivó para trabajar con ellas muchos temas transversales relacionados con la igualdad de género y la interculturalidad, así como el realizar salidas y excursiones tanto dentro , como fuera de la ciudad, estas  actividades eran de gran importancia,  ya que la mayoría de ellas no habían salido nunca del barrio donde vivían.







En el verano del 2009 me llamaron desde el Ministerio de Educación para ofrecerme la dirección de un colegio de primaria. Mi sorpresa fue muy grande cuando me dijeron que se trataba del mismo centro, CEP Vicente Aleixandre, donde había ejercido antes de irme a Marruecos. El colegio se había quedado sin dirección, al dimitir la directora, y ningún miembro del claustro quería asumir esa responsabilidad. En un principio dije que no. La presión fue muy grande, amparándose de que era un centro que ya conocía y que sería solo por un año. El dejar a mis alumnas, donde el progreso de su aprendizaje era notorio,  y la situación laboral cómoda que tenía me hizo rechazar el ofrecimiento , pero el Director Provincial de entonces, no se conformó con ello y siguió insistiendo. Le puse como condición que aceptaría si me iba con mi propio equipo directivo, al menos con la jefa de estudios. Aceptó y yo se lo ofrecí a una amiga y compañera que le acababan de dar como nuevo destino Ceuta. El 1 de septiembre del 2009 me presentaba en mi antiguo centro de primaria, como directora del mismo. El colegio que me encontré no tenía nada que ver con el que dejé en el 98. Sólo había cuatro compañeros de la antigua plantilla, el resto era profesorado nuevo y más joven .El alumnado musulmán había aumentado considerablemente y todos vestían de uniforme. Procuré ,en un principio, continuar con las mismas normas de funcionamiento que se habían llevado con el anterior equipo directivo y acepté con entusiasmo todos aquellos proyectos que estaban incluidos en la Programación General del Centro. Era un colegio pequeño con implicación de las familias que en su mayoría eran de una clase media baja y con un alumnado nada conflictivo. A lo largo de mis años como docente había desempeñado distintas funciones, pero nunca quise ejercer como directora, por lo que la misión que tenía por delante iba a ser difícil y de mucha responsabilidad. Mi objetivo  sería hacer un centro en el que lo principal sería atender las necesidades del alumnado e incluir a las familias en el proceso educativo. Esta oportunidad me llegó sin pedirla. El Centro de formación del profesorado de la ciudad me ofreció poner en marcha un proyecto de transformación de centro y convertirnos  en una Comunidad de Aprendizaje, bajo las premisas de la escuela inclusiva de Ramón Flecha. Tras la aprobación del claustro, del Consejo Escolar y de muchas jornadas de formación, comenzamos esa transformación y durante los seis años que estuve ejerciendo como directora el colegio se abrió al barrio con implicación de las familias y de distintos agentes externos que participaron activamente en todas las actividades que llevamos a cabo .Esos años fueron muy enriquecedores porque además de liderar un proyecto en consonancia con mis ideales educativos ,me dieron la oportunidad de conocer y valorar la dedicación generosa que hacen las mayoría de los directores para sacar adelante el funcionamiento de los centros educativos. Fueron años de mucho trabajo, pero llenos de ilusión donde conocí el funcionamiento de la administración y aprendí que lo más importante de  todo proceso educativo es atender al alumnado y poner a su disposición todos los medios necesarios para que todos tengan las mismas oportunidades independientemente de su clase social o de su religión.






Después de seis años de una gran dedicación a mi labor como directora, me planteé que debía volver a ser la maestra de siempre y ejercer mis funciones como docente para no olvidar mis verdaderas raíces, así que no renové mi cargo y volví de nuevo a mi centro de adultos Miguel Hernández. Aquí continué trabajando en los niveles más bajos de alfabetización pero impartí también, como novedad en mi práctica docente, el área de Sociales en primero y segundo de Educación Secundaria. Conocer este alumnado que representaba el fracaso escolar de todos los institutos de Ceuta, volvió a suscitar en mí una nueva ilusión por la enseñanza y sobre todo un nuevo reto. Era en su gran mayoría alumnado musulmán que no había superado la enseñanza obligatoria en sus antiguos institutos y que se proponía sacar este título en el centro de adultos al cumplir la mayoría de edad. Estos alumnos tenían el inconveniente que casi todos habían sido absentistas, sin ningún interés y con escaso nivel educativo 

A los dos años de mi retorno al centro de adultos cambió el equipo directivo y me propusieron la Jefatura de Estudios, supongo que por mi  experiencia como directora en el colegio anterior. Ejercí  este cargo durante cinco años  y compaginaba esta función con las clases de español y alfabetización en los niveles más bajos. Realmente lo que más satisfacciones me producía era el contacto con mis alumnas y mi labor como docente. Como Jefa de Estudios coordiné todas las actividades extraescolares del centro, y fueron muchas las que se llevaron a cabo para enriquecer y formar a un alumnado con muchas necesidades culturales, tanto por el desconocimiento de la lengua como por su lejanía al entorno social de la ciudad.









Este, mi último curso 2024-25, anterior a mi jubilación, decidí dejar el cargo de Jefa de estudios, después de cinco cursos, y terminar mi último año, igual que empecé en el año 1977, como maestra , que es como realmente me he sentido realizada en mi profesión.

Para finalizar este relato, que  son pinceladas de estos 48 años de maestra, solo puedo decir que mi vida profesional me ha llenado de enormes satisfacciones y que nunca me arrepentí de haberla ejercido. El cariño y reconocimiento de mi alumnado ha sido la gran recompensa a las dificultades encontradas en el camino.

 Educar no es solo aportar conocimientos a nuestro alumnado, es también un acto de amor hacia él.




















domingo, 4 de mayo de 2025

 La editorial Exlibric  de Andalucía, convocó un concurso de relatos cortos en el mes de abril con el título de Desafío relato 48. Solo había 48 horas para envíar el texto. Se desconocía el tema y sólo se disponía de ese tiempo para enviarlo. 

El relato debía tener un mínimo y máximo de palabras y tenía que figurar en él la frase `´  me dio 48 míseros euros por aquel denigrante trabajo ´´. No participé en el concurso pero sí hice el relato .


ARENA MOJADA.

Vivo en un pequeño pueblo costero, a pocos kilómetros de la frontera entre Ceuta y Marruecos.  Rincón de Mdik es un pueblo de pescadores, donde el único sustento para sus habitantes es la pesca y las terrazas cercanas al mar. Al llegar la época estival se llenan  de turistas buscando un lugar cercanos al puerto para disfrutar del buen pescado que se obtiene en el litoral.

La venta de pañuelos de papel que hacía mi hijo pequeño durante el día,º

 nos proporcionaba algunos dirhams para comprar el pan. A la hora punta del almuerzo y cena, las pequeñas terrazas del muelle de pescadores se llenaban para comer las sardinas recién descargadas de las traíñas , y la gente acudía para gozar de tan exquisito manjar por el módico precio de diez dirhams. Para limpiarse las manos  se usaba papel de estraza, cortados en pequeños trozos para su buen aprovechamiento, y colocados encima del hule de la mesa. La venta de pañuelos ,de tacto suave y oloroso que combatía el mal olor del pescado,  se convirtió en un pequeño negocio que apenas nos ayudaba para comprar el pan de cada día. 

 Mis hijos mayores, que aún no llegaban a la mayoría de edad,  salían a media mañana para encontrar un medio de vida. A veces, hacían de guía turístico chapurreando un español aprendido con las canciones del momento o con los partidos de futbol españoles. Otras veces, limpiaban o cuidaban coches. En invierno la situación se complicaba porque los turistas escasean y los parkings quedaban desiertos.

Nuestro tiempo transcurría entre la pequeña habitación que compartíamos y la calle que nos proporcionaba un medio incierto para sobrevivir. Varias veces en semana, cruzaba la frontera con Ceuta para adquirir mercancías en las naves del  Tarajal. Estas naves  abastecían con todo tipo de artículos, desde pañales, alimentos, hasta productos de limpieza , todos a bajo coste, que luego serían transportados a locales comerciales  de Marruecos y a cambio, el propietario pagaba por el porte. Cuántas más veces se consiguiera pasar los fardos, mayor sería el pago. Las mujeres ejercían de  mulas de carga.

Me levantaba antes del amanecer para  que la cola fronteriza no fuera un inconveniente más para realizar varios pases y adquirir la mayor cantidad de productos. Si tenía suerte y la policía marroquí no me requisaba la carga, podía obtener el dinero necesario para el sustento diario de mis hijos. Muchas veces el registro, del aduanero de turno, era excesivo y había que desembalar todos los artículos para garantizar que eran legales. Ese criterio dependía más del antojo del policía que del verdadero motivo. Te quitaban toda la mercancía confiscada y todo el esfuerzo  había sido en vano.

Ese día, madrugué más de lo normal para poder realizar varios porteos. La lluvia y el levante que azotaban el mar, no me impidieron cruzar varias veces la frontera. Estaba cerca la celebración del Aid (fiesta del borrego) y necesitaba dinero para comprar todo lo necesario para festejar el día con mis hijos. Después de realizar cinco pases con fardos cargados a mis espaldas y soportar las enormes colas de mujeres, por fin, pude llegar al lugar donde el comerciante me abonaría  el pago de la mercancía exigida. Había vivido un intenso día, pero iba a conseguir el dinero para comprar todo lo que se necesitaba para disfrutar de la fiesta. El día estaba llegando a su fin y esperaba pacientemente en la puerta del local, junto con otras porteadoras a que llegara mi turno y pudiera cobrar por mi trabajo. Cuando llegó mi  hora, pude ver con gran asombro, como el dueño del comercio, sacaba varios billetes y me dio 48 míseros euros por aquel denigrante trabajo. Con esa cantidad  no tenía, ni siquiera, para comprar algo de ropa nueva y nos quedaríamos sin borrego. Ni mis lágrimas de impotencia , ni mis ruegos, conmovieron al comerciante para que el pago fuera el justo. Sabía que no tendría más remedio que conformarme con esa limosna y que no tenía dónde elegir.

A pesar de las injusticias que cometían los comerciantes con nosotras  y del trato vejatorio  que recibíamos cada día por parte de la policía, tuve que seguir con ese trabajo porque era la única forma de vida que teníamos. Muchos fueron los años dedicados a trabajar con el pase de mercancías, y según la suerte del momento, tenía mi recompensa o me quedaba sin ella. 

Habían muerto varias mujeres por las avalanchas que se producían en los caminos que conducían a las naves. Empecé a sentir miedo porque el cruce de la frontera cada día se complicaba más´, ya que diariamente, miles de personas buscaban un empleo al otro lado del país. Estábamos nosotras ,las porteadoras,  las que buscaban trabajo en el servicio doméstico y los hombres que mendigaban cualquier otro oficio para poder llevar a casa algunos euros. Esto se unía, en ocasiones, a los pases de inmigrantes que se encontraban a la espera  en las montañas de los pueblos fronterizos, para saltar la valla cuando llegara el día señalado. El caos que se generaba, entonces, no podía ser controlado por los policías de ambos países. En esos momentos, se cerraba la frontera y también las ilusiones de quiénes esperábamos algo del día. Habría que intentarlo al día siguiente. 

El cierre definitivo de la frontera llegó con la pandemia .El temor a los contagios de un país a otro hizo que las autoridades decidieran dar el cerrojazo a todas las personas que pasaban a diario .Como consecuencia de esto, miles de marroquíes nos quedamos sin trabajo y la miseria se apoderó de las calles de mi pueblo. Las naves del Tarajal se cerraron y con ello se terminó el pase de mercancías. Ceuta , como ciudad fronteriza, también se vio afectada por el cierre , ya que todos los comerciantes de las naves se quedaron sin negocio  y la ciudad sufrió enormes pérdidas económicas.

A partir de esos momentos , la idea de abandonar mi país y cruzar la frontera empezó a atormentar mis pensamientos. Llevaba muchos meses sin llevar dinero a casa y la situación era insostenible. Había oído que el control fronterizo por el mar no era demasiado peligroso y eran muchos los chicos que habían logrado el objetivo. Se difundían comentarios de que algunas mujeres también lo habían conseguido y las redes sociales informaban de las distintas  formas de contactar con las mafias responsables de realizar el pase. Fueron muchos los meses que esperé para no arriesgar mi vida, busqué trabajo en todas las ciudades cercanas sin éxito.  Se rumoreaba que el  gobierno de Marruecos  crearía una zona industrial para dar un puesto de trabajo a las miles de mujeres que nos habíamos quedado paradas. Ninguna de esas promesas veían la luz 

Era un día de levante fuerte y  de niebla, al caer la noche, decidí que había llegado el momento.. Conseguí un neumático viejo y  me arrojé a las olas agarrada a él. Aguanté más  de cuatro horas en las frías aguas del mar, sin saber dónde me conduciría el oleaje. Los chalecos rojos que divisé a lo lejos , envueltos entre la espesa niebla, me confirmaron que había llegado a mi destino. Unos brazos salidos del agua me agarraron y apenas pude identificar sus rostros. Me arrastraron hacia la arena mojada.

Allí, en ese momento , comenzó mi nueva vida. 







martes, 14 de enero de 2025

CERRANDO ILUSIONES

Fue en diciembre del 2024 cuando decidimos entregar la llave del local que había servido durante muchos años como sede a la asociación DIGMUN. Se habían cumplido 19 años de su fundación. Llevábamos casi dos años sin apenas actividad por haber renunciado, voluntariamente, a las subvenciones de la Ciudad Autónoma que durante todo este tiempo, había hecho posible la realización de talleres y programas para atender a los usuarios que diariamente venían a nuestra sede demandando una atención educativa, social, económica o legal. Las trabas injustificadas que nos empezaron a imponer en los últimos años con la entrega de documentos y memorias finales, así como la demora de muchos meses en el pago de la subvención que retrasaba considerablemente el dinero de las nóminas del personal contratado, fueron las causas principales de perder la ilusión, la paciencia y la confianza en quiénes sostenían económicamente nuestros programas. Como consecuencia se paralizaron todos los proyectos y actividades, al no contar con recursos humanos y materiales necesarios para continuar con nuestra labor social.

 Lo que en el 2005 fue un sueño difícil de realizar, se convirtió a lo largo de los años en una realidad. Nunca pensé que nuestro trabajo llegaría a tener el alcance, la dimensión y el impacto social, atendiendo a tantos y tan diferentes usuarios y realizando tan diversas actividades. En algunos de mis escritos y entrevistas publicados en este blog relato cómo surgió la idea de fundar esta asociación y las causas que me motivaron a realizar proyectos para cubrir las necesidades de todas esas personas que no recibían ninguna cobertura en Ceuta. Comenzamos con talleres educativos y de español para 30 mujeres fronterizas y sin contrato de trabajo en el año 2006, con una pequeña subvención que solo dio para pagar a una monitora durante dos horas, tres días en semana. No sabía entonces que muchos años después íbamos a finalizar nuestra actividad con el mismo taller y apenas sin subvención, con unas pocas mujeres que eran las que podían acceder al pequeño espacio que disponíamos en nuestro local, dejando fuera del programa a más de 50 por falta de recursos.

 A lo largo de los años, fueron muchas las mujeres del servicio doméstico, sobre todo, que pudieron acceder a nuestra oferta formativa, ya que al no tener residencia, no existía ninguna entidad que pudiera atenderlas, puesto que la única documentación que tenían era el pasaporte marroquí. Gracias al IES Puertas del Campo que nos cedió sus aulas muchos años y a la subvención de la Consejería, más de cien mujeres recibieron clases de lunes a jueves durante cada curso escolar y algunas de ellas se quedaban fuera por falta de aulas.


mujeres fronterizas

 Descubrimos en poco tiempo la existencia de menores que aunque vivían en Ceuta no estaban escolarizados por no estar empadronados y se les negaba por ello, el derecho a una educación reglada. La lucha por esta escolarización que comenzó en el 2006 terminó con la llegada de la pandemia cuando se demostró, con el cierre de la frontera, que estos menores no residían en Marruecos sino en Ceuta, siendo esta la excusa que las administraciones habían argumentado durante años para negarles el derecho a ser escolarizados. Durante este tiempo fueron muchos los niños y niñas que conseguimos escolarizar tras muchas gestiones y denuncias ante las instituciones locales, Ministerio de Educación, Delegación de Gobierno y CCOO... Muchos de estos menores terminaron sus estudios obligatorios, bachillerato, formación profesional e incluso estudios universitarios.
                                   menores sin escolarizar
La presencia de los menores no acompañados en nuestra ciudad y la falta de atención educativa con Aulas de Inmersión Lingu
ística
para ellos, nos dio la oportunidad de conocer a este colectivo, gracias a la propuesta del partido local Caballas que manifestó en un pleno, la necesidad de subvencionar este programa y propuso para ello a Digmun. Esta propuesta fue aprobada, por lo que nos concedieron una subvención para pagar a tres monitores que trabajaron intensamente, llevando a cabo múltiples actividades complementarias, además de las propias educativas. Este proyecto nos acercó a un colectivo, MENAS, que se encontraban aislados en la ciudad y discriminados por su origen y por su condición social. Aprendimos con ellos lo que supone la lucha por la supervivencia y por la búsqueda de una vida mejor. A través de sus historias de vida conocimos todas las penurias y sufrimientos que habían padecido hasta llegar aquí. 

menores no acompañados


La atención a menores no solo se llevó a cabo con los niños y niñas sin escolarizar, sino también conocimos el programas de acogida en orfanatos ucranianos que se llevaba a cabo desde el Campo de Gibraltar, por lo que nos unimos a la campaña de sensibilización para captar familias en Ceuta. Comenzamos en el 2005 con una niña y tres niños de los orfanatos de Lugansk, y durante quince años conseguimos que muchas familias de nuestra ciudad los acogieran  en período vacacional para cubrir las necesidades afectiva sanitarias, tan importantes para ellos al que carecer de familias. Algunos de estos menores, ya adultos, han vuelto a Ceuta, al amparo de sus familias de acogida, tras la guerra de Ucrania.


                              familias con menores ucranianos

La necesidad de buscar recursos humanos para atender a todos los usuarios que demandaban a diario una atención necesaria como ropa, comida, medicinas...etc, nos llevó a embarcarnos en un proyecto nuevo que nos proporcionaría durante muchos años a dos voluntarias europeas que se entregaron con gran dedicación a trabajar con nuestros usuarios para apoyarles en las actividades que se realizaban, tanto en el reparto de ayuda humanitaria y el acompañamiento para el trámite de gestiones de documentación, como para apoyar los talleres educativos. Provenían de países como Francia, Italia o Alemania, y además de aprender nuestro idioma, conocieron nuestras costumbres, cultura, y sobre todo realizaron una gran labor solidaria y afectiva con todas las personas que atendieron en talleres y en la propia sede. 














voluntaria italiana
 Los proyectos y actividades para sensibilizar y educar en el respeto, la igualdad de género, la interculturalidad y la educación en valores...etc, han sido los objetivos fundamentales que han estado siempre presente en el trabajo diario de Digmun a través de proyectos como Caminando en Igualdad, Alfaiguálate, Mujer Avanza, Creando Futuro, Integrando, Pildoras para el cambio, Construyendo Esperanzas y Taller de Cine, entre otros. 

El reparto de ayuda humanitaria en la sede , así como la entrega de ropa, medicina, material escolar y alimentos al otro lado de la frontera marroquí ,tanto a asociaciones del norte de Marruecos, como a inmigrantes subsaharianos que estaban a la espera malviviendo en las montañas, ha sido parte de nuestro trabajo durante todos estos años. Nunca pensé en nuestros inicios que durante los años siguientes íbamos a realizar una labor tan extensa, cubriendo las necesidades de muchas personas que se encontraban en situación de vulnerabilidad, con talleres, actividades y proyectos y denunciando en medios de comunicación y redes sociales las injusticias que sufría este colectivo. 

 Todo el trabajo reflejado en papeles, en imágenes, en revistas, en documentos, en carteles, en redes sociales y en medios de comunicación, durante diecinueve años , fue desapareciendo en las cuatro horas que tardamos en vaciar estanterías y armarios, antes de entregar la llave. Muchas fueron las personas que estaban reflejadas y que dejaron su huella en cada uno de esos papeles que pasaron por nuestras manos en el desalojo del local. Nos hicieron recordar anécdotas, risas, penas, a usuarios, al voluntariado, al personal contratado....

A todos ellos mi agradecimiento por todo lo que aprendí de su trabajo y dedicación y porque me hicieron descubrir que existen personas que apuestan por un mundo más justo y solidario. No ha sido fácil decir adiós a 19 años de trabajo, a tantas personas atendidas a tantas sonrisas despertadas y a tantas ilusiones mantenidas. DIGMUN asociación que trabajó por la dignidad de mujeres, niños y niñas, cerró sus puertas en diciembre del 2024, coincidiendo con el mes de su fundación .

 Dignificar la vida de tantas personas y darles la oportunidad de una vida mejor fue nuestro objetivo, y esto permanecerá en el recuerdo de todos.




í

Tengo que agradecer, en primer lugar, a las socias fundadoras que confiaron en mí para poner en marcha este ambicioso proyecto, cuando se lo propuse en el verano del 2005.

No sería posible dar las gracias a tantas personas e instituciones que hicieron posible que todo nuestro trabajo se realizara día a día. Nuestro  agradecimiento al voluntariado, a la Universidad de Ceuta, a los medios de comunicación, a CCOO de Ceuta,  al grupo político Caballas, a la asociación Edrissis, Casa de la Juventud, biblioteca Adolfo Suárez, IES Puertas del  Campo, Banco de Alimentos, Enfermos sin frontera, Asociación del Cáncer, Asociación exalumnas de la Inmaculada, Hermandad de la Amargura, Centro Asesor de la Mujer, Hermandad del Rocío, Asociación solidaria con el Sáhara, FANDAS, al pueblo de Segorbe, a Rosana de Gibraltar...  y a muchas personas anónimas que de forma desinteresada  nos aportaron ropa, alimentos, medicinas y recursos materiales para atender las demandas necesarias y  que hicieron  que nuestra labor fuera más... gratificante.




sábado, 3 de agosto de 2024

 MAMÁ

!Cómo empezar a escribirte

si aún tengo dudas

de que exista en este mundo

o quizás en el que yo tengo y siento

un lenguaje que pueda describir

con la precisión que requiere

la dimensión de cuánto eres.!


Mujer, estandarte y luchadora,

trabajadora por las que no tienen voz,

con elegancia, presencia y firmeza,

sin protagonismo, ni egos jamás

a pesar de tantas sombras.


Madre increíble por bandera,

protectora, desde siempre

tomando decisiones impensables,

demostrando y mostrando su valentía.


Maestra de quienes por suerte

pasaron y compartieron tus aulas.

Aún te escriben y te paran, porque

abriste la rejilla de sus jaulas.


Muchos tenemos el privilegio

de sentirte y escucharte cada día,

ofreciendo paz, arropamiento ,seguridad

serenidad, amor y cordura.


Tu compañía nos ha hecho mejores ,

compartiendo con generosidad

tanto potencial que llevas dentro.

Siempre fiel a tus valores.


Hoy en tu cumpleaños

con la madurez que me has dado,

te quiero expresar,

agradecimiento profundo y humilde,

pues no habrá tiempo para agradecer,

todo lo que nos has regalado.

Felicidades mamá del alma,

felicidades señorita MARIBEL.

       Carlos Lorente





domingo, 17 de marzo de 2024

 RELATO DE MIEDO.

El Club de Lectura nos propuso como libro para comentar y debatir  Los Relatos de miedo de Edgar Allan Poe . Tras su lectura, surgió la idea en escribir algún relato que fuera de miedo o de suspense.. Paseando un día por el camino que lleva al Hacho, contemplé la antigua cárcel de mujeres, tan abandonada y olvidada por todos. Me inspiró este relato que solo quiere ser un recuerdo a aquellas mujeres que estuvieron allí encarceladas y ejecutadas en algunos casos.


LIBERTAD.

.Subiendo la cuesta del Sarchal, hacia el monte Hacho, se elevan tres majestuosas torres de cemento con grandes ventanales y rejas cuadradas, que simulan una tela metálica. Gracias a ellas, cuando te acercas, puedes divisar desde el interior de la vivienda preciosas vistas, tanto a la bahía norte como a la bahía sur y las rejas no impiden ver la inmensidad del mar a la izquierda y el puerto de Ceuta, a la derecha.

Con bastante frecuencia solía deleitarme contemplando ese bello paisaje desde un quinto piso de una de esas torres, pero también, a veces, disfrutaba de grandes paseos por los alrededores, ya que existe un sendero que lleva hasta el monte Hacho, siempre bordeando el mar y contemplando los acantilados. La primera bajada, antes de la subida al monte, lleva a una pequeña playa. Si sopla el aire de poniente, la playa está limpia y transparente e incita al baño porque se puede contemplar hasta el fondo marino. En un montículo cercano a la orilla se alza la antigua cárcel de mujeres, hoy en ruina, a pesar de haber sido declarada como bien de interés cultural en 1995. Se construyó como Fuerte en el siglo XVIII y en 1936, con la sublevación, se habilitó como cárcel. Allí estuvieron encerradas muchas mujeres ceutíes y también hubo fusilamientos y ejecuciones. Desde 1945 esa cárcel es un edificio abandonado y lugar de juegos y de refugio de personas sin hogar. Sus paredes están llenas de agujeros por la humedad y pintadas de grafitis.

Cuando bajaba a la playa me gustaba contemplar desde fuera sus gruesos muros y pensaba en el sufrimiento de aquellas mujeres apartadas de sus seres queridos y privadas injustamente de su libertad. Alguna vez, me atreví a entrar en el interior del edificio y aunque su aspecto presentaba un estado deplorable, la luz que se filtraba por todas sus ventanas y agujeros le daban un aspecto misterioso y hasta bello, que hacían desaparecer en mí cualquier temor y rechazo por el lugar, a pesar de que sus paredes húmedas parecían derramar lágrimas de pena y dolor. Deambular por el interior y observar cada una de las celdas y dependencias del edificio hacía imaginar cómo sería la vida de aquellas mujeres en su día a día, donde la única luz de esperanza que entraba por aquellas ventanas, que ya no conservan sus rejas, era la luz del sol y la brisa del mar tan cercano.

Hace algunos años, pasé casi todo el verano disfrutando del baño en esa playa, entre las rocas del acantilado, con la sola compañía de mi libro y el rumor de las olas. Hacía mucho tiempo que no me acercaba a  esa cala. Para acceder a ella, es necesario bajar por un empinado sendero de tierra que va desde la carretera del Sarchal hasta la orilla del mar, y a la izquierda del camino, entre pocos arbustos y escasa vegetación, se encuentra la cárcel. Al caer la tarde, cuando finalicé mi baño y subía el sendero de vuelta a casa, no pude impedir acercarme, una vez más, al antiguo penal. Fue como si una fuerza externa me llamara a detenerme en él para dedicarle algunos minutos a la memoria de los cientos de mujeres que habían sido recluidas en ese lugar. Recorrí sus dependencias, me paré en el patio interior y allí permanecí unos minutos contemplando las puertas de las habitaciones que daban a ese lugar. Accedí hasta lo que supuestamente era el lavadero, porque allí se encuentra una pila grande que serviría para que las mujeres pudieran lavar su ropa. Estaba observando los distintos dibujos y mensajes de grafitis que afeaban la pared y mis ojos se detuvieron en uno de esos dibujos con mucho interés. Era un ojo pintado de negro dentro de un gran triángulo que, al verlo,  me erizó la piel porque parecía que derramaba una lágrima real. Me acerqué con más temor que curiosidad y supuse que esa lágrima no era más que una gota de humedad que se desprendían del muro debido a la cercanía del mar y al levante que azotaba en la ciudad desde hacía varios días. No quise, ese día, seguir visitando el paraje y me fui a casa con gran malestar y congoja por la dejadez del lugar y por la pena de aquellas mujeres que habían vivido entre esas paredes durante su exilio.

A la semana siguiente volví a bajar a la playa para disfrutar de un caluroso día de poniente. El mar olía a burgaíllos y a lapas , y el agua invitaba al baño por ser un espejo donde se transparentaban todas las piedras del fondo y se veían los peces nadar alrededor de las rocas. A veces miraba atrás para contemplar el edificio porque me parecía escuchar algunas voces, como lamentos, que salían del lugar y pensé que provenían de un campo de futbol cercano donde se encontraban algunos chicos disputando un partido, a pesar de las altas temperaturas del mes de agosto. Cuando llegó el momento de la vuelta a casa y pasé otra vez por el sendero que conduce a la salida de la playa, volví a oír las voces y comprobé que el partido de fútbol había terminado y que aquellos gritos provenían del interior de la cárcel. Me atreví a entrar una vez más,  pero no quise introducirme muy dentro, por temor de que esos sonidos fueran de algunos inmigrantes que utilizaban con frecuencia el lugar como asentamiento, pero desde una de las entradas vi que allí no había nadie, el lugar se encontraba vacío. Aunque aún había claridad y se podía apreciar sin dificultad el interior del edificio, el sol estaba casi poniéndose, y el cielo adquiría un color rojizo que le daba a los muros un tono anaranjado, esto no impidió que el dibujo del ojo pintado en la pared brillara , a pesar de estar oscureciendo. Me acerqué a él y de nuevo observé las gotas de agua que salían como si de lágrimas se tratara. Pegué el oído a la pared y entonces escuché como llantos y lamentos que, sin duda, provenían de aquellas paredes y no del campo de fútbol como había pensado con anterioridad. El miedo se apoderó de mí en ese instante y me apresuré a salir muy rápido del patio interior, con el temor de que las voces fueran de algunas personas que se escondían en la azotea de arriba y que mi vista no alcanzaba a ver.


Esa noche apenas pude dormir pensando en aquellas voces y en las dudas de su procedencia. Decidí que volvería al día siguiente cuando la luz del sol estuviera iluminando bien el penal y subiría a la azotea para divisar bien todo el recinto. Tenía que descubrir si los lamentos eran fruto de mi imaginación o si en realidad, procedían de algunas personas que se alojaban cerca del lugar.

Al día siguiente cuando el sol aún no había alcanzado su plenitud, bajé la vereda que lleva a la playa y me adentré en el interior de la cárcel sin detenerme en las habitaciones interiores. Subí directamente a la azotea y me asombré de sus maravillosas vistas y de la pureza de la brisa del mar que llegaba hasta allí. Pensé que ese sería el lugar preferido de las presas, donde, al menos, podrían disfrutar de aires de libertad contemplando ese bonito paisaje. El barrio del Sarchal quedaba a pocos metros del lugar por lo que algunas de esas mujeres podrían divisar las figuras difusas de algunos de sus seres queridos desde la lejanía, aunque no pudieran abrazarlos. Estaba tan ensimismada en mis propios pensamientos que no advertí que de nuevo las voces parecían salir de algún lugar cercano. A esa hora apenas había gente en los alrededores y tampoco bañistas que disfrutaran del baño de las primeras horas del día. El silencio de la mañana me permitió escuchar con más exactitud que se trataba de voces que gritaban nombres , como si llamaran a personas que estuvieran en el barrio cercano. Bajé con mucha premura las escaleras que me llevaban al fondo del patio y allí el sol, de nuevo, volvió a darle luz al ojo pintado en la pared que vertía gotas de agua de manera ininterrumpida, al acercarme comprobé que eran lágrimas que habían hecho pequeños surcos en la parte de abajo del viejo muro y que parecían letras. Me aproximé aún más y pude leer, de manera confusa, algunas de aquellas palabras que decían LIBERTAD. MUJERES OLVIDADAS.